El corazón siempre busca una salida. A veces se ahoga, otras se solaza, mucha se entristece y otras ansía.
Cuando
soplan vientos fríos de atardecer, el corazón busca cobijo cálido en laderas
soleadas de la ternura; cuando la soledad aplasta con su vacío las horas
muertas sin compañía, encuentra el abrazo del fuego que lo alimenta desde la
entraña que lo sostiene.
El corazón siempre se equilibra a sí mismo. Tiene inteligencia propia, sabe, piensa, siente, imagina. El corazón se emociona y llora, grita y ríe. Se encoge y enferma. Se expande y alegra.
Es
el órgano más autónomo que existe. Nada le mueve y sin embargo, nada le para
salvo el sí mismo.
Es
un ente puro, libre y sin ataduras. No responde a contratos, ni a firmas, ni a
plazos fijos. Es una cuenta sin interés que solamente suma. Todo lo que reste
no saldrá jamás del corazón. Tal vez de otros sitios; el intestino, el hígado,
el bazo.
Es
una joya sin cofre. Un templo con todas sus capillas. Una flor repleta de
pétalos granados. Un pastel recién hecho; pan tierno sacado del horno. Lugar
que nos espera siempre aunque hayamos huido lejos de él.
El
corazón solamente usa un lenguaje; un único código cifrado en dígitos especiales
que se interpretan con una sola melodía.
De
corazón a corazón podemos comunicarnos. Si nos salimos de esta tesitura no
podremos entendernos.
Hay
personas que son todo corazón. Hay otras que no le encuentran aunque le
busquen. Pero él siempre está ahí. Hay esperanza. Solamente hay que empeñarse
en la búsqueda silenciosa y quieta.
Dejar
de pensar. Sentir. Respirar lentamente. Cerrar los ojos y dejar pasar.
Hagámonos
corazón desde los pies a la cabeza.
Seamos
Uno con él y habremos llegado al final estando en el principio.
No
hay nada que no le implique.
Déjale
estar.
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