Contigo
y sin ti. Conmigo y sin mí. Todo sigue siempre de igual forma. Con tus
desvelos, con el dolor, con la angustia, con las ausencias, con miedos y sin
ganas. Todo sigue.
Damos mucha importancia a todo y todo
no la tiene. El paso por este mundo es muy corto por largo que nos parezca. A
veces, la clave está en la selección de las batallas. Esa frase tan escuchada
de “es mejor estar tranquilo que tener razón” cobra sentido cuando
experimentamos que lo que encendió la disputa ayer, hoy parece diferente.
Lo
importante es no guardar en el armario de nuestra alma rencores, ni viejos ni
nuevos. Es como tener algún alimento en un frigorífico. Si está dos días se
mantiene fresco, si está ocho empieza a estropearse…¿y si lo tuviésemos años?;
sin duda estaría podrido y cada vez sería más venenoso. Eso sucede con los
odios enquistados, las rabias contenidas y el rencor empecinado en no morir.
Es
difícil. Lo sé muy bien. Dar espacio a lo que duele, tomar asiento en la otra
orilla y ver pasar la película que nos montamos dentro, delante de nosotros. Pero
sería estupendo hacerlo a menudo. Nos sorprenderíamos si pudiésemos ponernos en
el lugar del amigo al que se lo contamos.
Sin
pasiones implicadas, sin frustraciones, celos u ofensas que nos cambien el
color de lo que miramos. Y entonces poder concluir esas frases que los otros
nos dicen y que parecen contener tanta calma, tanta falta de importancia a lo
que creemos que nos sucede y tantas ganas de que pasemos cuanto antes página
para dejar atrás un veneno que solamente bebemos nosotros.
La
vida sigue siempre. Es estúpido enfadarse. Aceptar, aprender, actuar y volver a
aceptar. Ese es el círculo para abordar el ciclo de una existencia que se
resume en un paso corto en el que poco más que podemos intentar ser lo más
felices posible.
Todo
sigue igual, en el fondo. Con lo bueno o con lo malo que nos suceda.
Mañana
saldrá el sol de nuevo. Clareará en el horizonte y anunciará que un día nuevo
llega.
Estés
en él o no.
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