La
sonrisa tiene un inmenso poder. Sobre todo porque cuando aparece en los labios y
está acompañada por la mirada, ilumina el poder de atracción sobre los demás.
Es como si cuando se sonríe con sinceridad y amorosa libertad, todo quedase
subordinado a su proyección.
Cuesta
muy poco ser amable y sin embargo, los efectos que puede ocasionar en quienes
están a nuestro lado o quienes llegan por primera vez, son determinantes.
Si de mi
dependiese, una de las asignaturas que debería estar en todos los currículos
sería la de aprender a reconocer las emociones y a expresarlas
debidamente.
A los
niños, posiblemente, no les haga falta aprender a reír, ellos lo hacen solos y
por ningún motivo. Son capaces de enamorarse del viento, de la brisa, del
chisporroteo del agua sobre la hierba o de todo lo que su imaginación pueda
crear.
Todos
estamos necesitados de afecto. La gran asignatura pendiente de la vida es
aprender a expresar los sentimientos. Para algunas personas es imposible
prácticamente. Tampoco verbalizan su necesidad de ternura, ni saben acercarse
para darla.
Hay una
mala literatura sobre la debilidad asociada a la expresión de lo que uno siente
desde dentro y sin embargo, es lo que nos encontramos cada día y que no nos
abandona nunca. Si nos hubiesen enseñado con absoluta naturalidad a reír y a
llorar cuando se precisa, a decir lo que nos atormenta, a compartir lo que nos
emociona…!!Ahora sería todo tan fácil!!.
La
sonrisa es la primera puerta que abrimos hacia el interior cuando estamos
frente a otra persona. Pero hay que saber sonreír también. Que no lleve
acritud, que esté desprovista de condiciones, que se muestre amplia y franca,
que nos susurre al oído, al encontrarnos con ella, que nuestro corazón esté
siempre abierto al afecto y que es lo primero que ofrecemos antes de verbalizar
el primer saludo.
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