Muchas
veces pienso lo que sería encontrar una lámpara con un genio dentro, deseoso de
complacer a su amo por el mero hecho de salir de su encierro.
Lo complicado del fortuito encuentro
sería determinar qué deseos le pediría y sobre todo cuántos y en qué orden de
importancia.
Si pudiésemos poner el universo a
nuestros pies y definir nuestros más secretos deseos, posiblemente aumentase
nuestra soberbia y sobre todo, seguramente, nuestro orgullo. Nos creeríamos
amos y señores del destino y desestimaríamos el camino de la voluntad y el
esfuerzo que conllevan las metas por las que nos levantamos cada mañana.
La complejidad de nuestra mente nos ha
sometido a la razón. Gestionamos la vida con la lógica de la mano y perdemos,
en ello, la intensidad del esmero que supone el esfuerzo sostenido en base a
los sueños, las ilusiones y los deseos.
Si pudiésemos lograr todo lo que más
nos preocupa, lo que anhelamos o lo que perseguimos en un instante, de repente
se habrían agotado las luces que se disparan en nuestro corazón tras los pasos
de la voluntad al seguir luchando para dar sentido a la vida.
Es mejor, tal vez, soñar que lo
alcanzaremos, jugar con las ideas, construir mundos paralelos con las ilusiones
y navegar mar a dentro de los deseos para
seguir sintiéndonos vivos.
A veces, pienso que es mejor el camino
hacia la meta que la conquista de ésta misma. Creo en lo bello que es superar
dificultades después de las batallas con uno mismo; en el estímulo de tener la
ilusión de conseguir lo que anhelamos, pero sobre todo creo en el inmenso poder
interior de sacar el genio de la lámpara que mora en nosotros y mantener una
charla con él.
Esta noche y todas las noches voy a
invocarle para que sea mi amigo, para que no tema que después de lograr lo que
quiero tenga que volver a su prisión, porque sin duda, le liberaré en mi último
deseo para que logremos ir juntos sin faltarle el aire, a la vez que me lo
proporcione mí .
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