Hay
que ser cuidadosos en todo. Con nuestros afectos, en nuestras luchas, con
nuestros dolores, con nuestros odios, en nuestras iras o en nuestros desvelos.
La
espontaneidad es una virtud que hay que pulir. Me he dado cuenta que la pasión,
la euforia, el creernos claros en nuestros juicios y meridianos en nuestra
defensa, debe pasar por filtrar.
Ni
negro ni blanco, ni bueno ni malo, ni frío ni calor. Hay que tender al medio
porque tanto se sufre cuando uno es
apático como cuando la euforia nos eleva a las alturas de las posibilidades.
Una
de las actitudes más valiosas de quienes están a tu lado es la del “cuidado”. Sentir que están pendientes de tu
frío o tu calor, de tu dolor o tu alegría, de lo mejor de ti y de lo menos
bueno…eso es lo más.
En
realidad, todos lo buscamos. Cuando somos pequeños nuestra casa es nuestro
santuario y la madre el mejor de los regalos.
Nos
cuida; y nos cuida sin descanso, por encima de cualquier cosa y para protegernos
de todo.
Cuando
tenemos una pareja es esa sensación de cuidado la que mueve al fin. Alguien que
te quiera, decimos, y que te cuide. Y cuando digo “te cuide” no me refiero a
las acciones materiales que pueda conllevar que estemos bien, sino sobre todo, a
las que no se ven pero se sienten.
De
las amigas también queremos ese cuidado, de todos aquellos con quienes nos unan
lazos invisibles de afecto.
La
pregunta obligada es: ¿Cuidamos nosotros?. ¿Cómo me comporto con quien tengo al
lado?¿Le hago saber que le extraño?¿Estoy pendiente de su queja?¿Me emociono
con su emoción y me apeno con su dolor?.
¿Estoy
ahí para ti?¿Estás ahí para mí?
Inspira.
Exhala. Respóndete. Actúa.
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