A veces no entiendo nada,
ni de tus sentimientos ni de los míos, ni de los suyos.
No entiendo el mundo de
las envidias, ni de los comentarios gratuitos, ni de las críticas silenciadas.
No entiendo la estupidez
consciente, ni la pijería deliberada.
No entiendo las malas
caras, los enojos inesperados, las riñas ejemplificantes. Ni entiendo las
ausencias calladas, ni las sorpresas de
última hora en las que tú eres la única persona que no sabes nada.
No entiendo tampoco que al
comenzar el día ya estés empeñado en aguar la fiesta, ni en hacer negro lo
blanco, ni en protestar siempre sin encontrar motivo que te apoye con el mazo
dando.
No entiendo las lágrimas
al sol sin que llegue una brisa fresca que te calme, ni entiendo los sueños que
me pintas sin noche en las que poder colgarlos.
No entiendo tu gesto
amargo en lo dulce del caramelo al chuparlo, ni aquella quimera que repites
trayendo al presente tu pasado.
No entiendo la justicia
que se viste de uniforme, ni la ley que se guarda en un armario. Ni entiendo
las normas que de la nada se han creado.
Por eso me siento libre en
mi espíritu encarcelado y contigo a mi lado, un alma risueña que no espera nada
cuando todo lo está dando.
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