Siempre
me pareció una tontería tener que firmar unos papeles. Sobre todo si hablamos
de la pareja. El matrimonio es una sociedad que tiene sentido solamente para la
familia e incluso ni eso.
Se
supone que el origen de todo está en el amor. Pero uno confunde muchas veces
los sentimientos, o cree que son los auténticos porque no hemos tenido otros
más fuertes y definitivos con los que poder comparar. Cuando nos damos cuenta
suele ser tarde. Tarde sobre todo para reponer el alma. Algo se rompe en ella
cuando compruebas que la persona que tienes al lado está de frente y no es tu
espejo.
Hay
que tener valor para reconocerlo, en primer lugar, porque uno sabe que se ha
equivocado muy pronto, sin embargo, solemos mantener la testarudez del “
inversor”. Hemos apostado por algo, hemos invertido en ello y no queremos sentir
el fracaso y si lo sentimos o lo negamos o no seremos nosotros los culpables.
No
hay culpables ni víctimas. Las parejas se igualan o no. Hay una conexión en lo
más profundo del alma o no la hay. Se emocionan con lo mismo o no lo hacen
nunca. Y eso es lo que une hasta la muerte o separa rápidamente.
La
comodidad nos mata. El miedo también. A veces ambas cosas nos paralizan y
seguimos la rutina de equivocarnos de nuevo en otros labios y en otros cuerpos
hasta que llega a rozarnos un alma gemela y podemos encontrar el camino; aquel
en el que nuestra huella construye, paso a paso, la senda del verdadero amor.
En
ese momento el mundo cae a nuestros pies. Nos sentimos el centro del universo; el punto central de un cosmos lleno de aquello
en lo que la otra persona consigue convertirnos. Y nos gustamos a nosotros
mismos a través del otro y gozamos del olvido del mundo, entonces.
Tal
vez nos lleve una vida encontrarnos con nuestro reflejo. Con suerte, acaso nos
encontraremos alguna vez. Lo que si debe ser seguro es el no dejarlo pasar si
lo reconocemos a nuestro lado.
No habrá otra oportunidad porque la ocasión se
produce una sola vez. La tuya.
Solo una vez te acaricia la cristalina y amorosa agua del riachuelo en el que sumerges tu cuerpo en un instante.
ResponderEliminarEternizar esa sensación, hacerlo propio para siempre, vivirlo una y otra vez hasta el infinito es la esencia del amor eterno.
Los pactos dictados y firmados ante tres curas, dos rabinos y siete ulemas son compromisos de forma.
El alma libre volará al infinito y el mismo infinito regresará al alma para revivir el instante: esa es la esencia del pacto sin formas.
Un saludo con el calorcito del mar...el agua es fresca y azul-verde en este otoño extraño.
Efectivamente lo expresas muy bien. No hay pactos posibles para el corazón; no tiene cadenas, ni rejas que le impidan absolutamente nada. Solo en libertad es posible encadenarse.*
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