La
vida, en ocasiones, te sorprende premiándote. Lo mejor de los premios es merecerlos. Un premio es mucho más que un regalo. Se
trata de un reconocimiento sobre algo; los que se refieren a la valía de cada
uno, son sobre todo estimulantes.
Muchas
veces uno no se cree protagonista de lo que le sucede pero en cualquier caso,
siempre nos reconforta por pensar que otros han sabido ver en nosotros y
quieren hacerlo manifiesto ante los demás.
La
ilusión, el esfuerzo, el empeño y la pasión que uno ponga en lo que hace nos
lleva a la excelencia y no ya a la calidad frente a los demás, que sería menos
importante, sino a la eficacia ante nosotros mismos.
Los
premios pueden surgir en cualquier parte y de cualquier manera. No solamente se
otorga un premio en un estrado, la vida también les concede. No olvidemos que
se trata de un boomerang que nos hace llegar lo que enviamos de vuelta y a
veces aumentado.
Los
premios personales son inestimables pero pierden fuerza ante los que les llegan
a los que amamos. Entonces el incentivo se multiplica por dos y el goce se
amplía infinitamente.
El
lujo de los premios es el privilegio de conquistarlos. Lo mejor es no estar
pensando en las recompensas cuando actuamos, ni que nos preocupe el
reconocimiento, ni los actos de entrega, ni el mismo galardón. Lo más
gratificante es que llegue sin esperar porque sin pretenderlo hemos llegado a
la cima. Entonces es cuando en realidad uno comprueba el trabajo bien hecho, la
entrega convenientemente concedida al tiempo y la satisfacción para con uno
mismo del deber cumplido.
Lo
más importante de un premio no está en sí mismo, sino en la razón por la que
llega a nosotros. Seguro que ella sigue alentándonos para continuar, a pesar de
pensar, en ocasiones, cuando lo tienes en tus manos, que no serías capaz de
conseguirlo otra vez. Sin embargo, el canal queda abierto y todas las
posibilidades se entrecruzan en un lazo inmenso para animarte a seguir.
¡!Felicidades
para ti y enhorabuena para mí por ser de ti!!
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