Hay
una vida plena más allá del bullicio, de la algarada y de las luces de colores.
Más allá de la fantasía y la ilusión de lo siempre nuevo, más acá de la ruptura
de la rutina y del quebranto de la normalidad.
A
cada momento estamos tomando decisiones. Cada movimiento supone elegir un
camino y dejar otro, a cada instante asumimos cambios que nos derivan por otros
derroteros. Y cuando creemos que lo tenemos todo ganado, todo hecho y todo
planificado, la vida llega con sus sorpresas y nos obliga a recomponer el puzle
acabado.
A
veces, uno se siente fuerte y decidido ante los cambios, otras, por el
contrario, nos cuesta solamente pensar que nos encontraremos con situaciones
desconocidas a las que no sabemos cómo enfrentar. De cualquier forma, la mejor
posición para actuar siempre es la serenidad. El punto de encuentro entre la
ansiedad y la tranquilidad, ese puente de plata por el que huyen los enemigos y
se acercan los amigos.
Algunas
veces, la vida nos pide parar y recrearnos en lo que tenemos cerca, deleitarnos
con cada instante repleto de normalidad pero infinitamente pleno de sosiego.
Ser conscientes de que ser observador también equivale a participar desde fuera,
en un lugar privilegiado. Aquietarnos y dejar que las cosas sucedan es una
virtud que deberíamos ejercitar más a menudo.
El
silencio interior debe sucederse aún con la palabra sonora. Hacer tiempo de
nada y de nadie, sentir que estar solos nos reporta los mejores beneficios para
poder estar en compañía. Vernos desde dentro por fuera. Entendernos y llegar a
comprender que los problemas de ayer son oportunidades de mejora del hoy y que
sin duda, cada experiencia supone un reto que nos pone frente a nuestra
grandeza interior y a ese poder, que por muy desaparecido que parezca que esté,
permanece siempre.
Hoy
elevo mi mirada serena al tiempo pasado. Me gusta sentir que deseo la quietud
para mi espíritu. La paz que se alcanza cuando la seguridad de saber lo que
eres y lo que quieres, llega a ti.
Así comenzaré la semana. Así lo deseo para todos.
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