Me
pregunto hasta qué punto es útil el sufrimiento. Si de verdad redime de algo,
ayuda o soluciona de algún modo. A veces cuando sufrimos creemos que en cierta
medida contribuimos a que las situaciones dolorosas se resuelvan mejor, pero
nada más lejos de la realidad.
Cuando
sufrimos nos restamos capacidades de razonamiento y el corazón se revuelve y
confunde.
Tratamos
de agudizar los sentidos, de estar más atentos, de captar las señales con más
sagacidad pero el resultado es el contrario. Estamos abrumados por lo que tanto nos duele
que nos reducimos a la confusión perpetua y la sinrazón continua. Los monstruos
se agrandan en nuestra cabeza, los fantasmas van y vienen y la seguridad se
escapa por la puerta falsa.
Cuando
sufrimos nos entregamos a la pena y eso siempre paraliza. Nos dejamos abatir
por la angustia y la desolación de pensar que lo que nos pasa no es justo, de por qué ha de tocarnos a nosotros, de para qué
nos sucede y sobre todo de cómo podremos dejar de sufrir a la mayor brevedad
posible. Sin embargo, el sufrimiento se enrosca como una pescadilla y nos envuelve
en una espiral centrífuga que nos devora sin consuelo.
Sufrir
no lleva a ninguna parte. Todo sigue igual sin nuestro sufrimiento porque él no
resuelve nada.
Lo
que de verdad pone las soluciones en nuestras manos es la serenidad de aquietar
el espíritu en la tormenta, la capacidad de relativizar los problemas y la necesaria
perspectiva como para poder encontrar hilos de luz del haz que nos llevará
directamente a las soluciones.
No
es fácil pasar de la lluvia a la sequía, ni poner a remojo el corazón cuando
está agrietado. No es fácil cantar sin voz, ni llorar sin lágrimas. No es fácil
comprender, ni tener paciencia, ni dulcificar lo poco que queda tras las
tragedias. Nada es fácil cuando lo que duele lo hace de verdad, pero después de
sufrir mucho, mucho y más, uno se da cuenta de que ha resuelto lo mismo, e
incluso menos, que sin ese dolor añadido en el que nos recogemos para sentir
que lo que ha pasado tiene valor en nosotros.
La
mejor forma de dejar atrás lo que tanto ha dolido es ponernos delante de ello y
caminar sin volver la vista atrás.
Añadir
dolor a lo que duele solamente nos permitirá resbalar el alma sobre el
infortunio y solazarnos en él
creyéndonos más solidarios con la desgracia cuanto más sufrimos con ella.
El
error es que poco a poco comenzamos a depender del sufrimiento y cuando llegue
la felicidad siempre la disfrazaremos con alguno de los vestidos que usa él,
porque gozar, a veces, nos parece indigno y hasta un poco vergonzoso por no
creernos dignos de ello.
Lo
mejor es que poco a poco aprenderemos que sufrir no sirve, ni resuelve, ni
libera. Es un precio demasiado alto para un resultado inexistente.
(Hay un librito de inestimable valor con este mismo título, os recomiendo que lo leáis si aún no lo habéis hecho. Es el de la foto de portada)
(Hay un librito de inestimable valor con este mismo título, os recomiendo que lo leáis si aún no lo habéis hecho. Es el de la foto de portada)
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