Por muy mal que vayan las cosas, todo puede ir peor.
Frecuentemente solemos abatirnos con los problemas que nos van llegando y a
veces, muchas veces, éstos nunca llegan solos.
La vida nos demuestra que las cosas aún pueden ir peor, al
igual que también pueden mejorar. Cuando estamos ante un problema, nada nos
parece más grande. La mente es reduccionista con el dolor y atrapa lo máximo
posible en un tiempo record. De inmediato creemos que nuestra desgracia es única
o al menos, lo es para nosotros. Incluso cuando una desgracia es compartida y
afecta a varias personas a la vez, seguimos creyendo que como nosotros no sufre
el del al lado y que lo que sentimos allá adentro es inigualable.
Nos volvemos egoístas y un tanto ciegos cuando sufrimos.
Nuestras penas nos aíslan dentro de un caparazón de soledad en el que no
creemos que lo que sucede sea comparable con lo que les ocurre a los demás.
La vida es tan cambiante, como hemos dicho muchas veces, que
nunca ni nada se repite en nadie, aunque todo parezca igual. Por eso es
esperable que las circunstancias cambien, que se modifiquen los sentimientos,
que los pensamientos se transformen y que las actitudes varíen. Y por esto no
dejamos de ser nosotros mismos, eso sí, más capaces de adaptarnos a las
situaciones y por tanto mejor vacunados contra los avatares y desgracias que el
tiempo traiga.
A todos nos suceden hechos que nos duelen. Todos pasamos por
estados de soledad, apatía, abulia, ira, impotencia y rebeldía. Todos hemos
vivido esas ganas de bajarnos del tren e iniciar otro viaje diferente. A nadie
se le oculta el antifaz que se nos pone delante del corazón cuando sufrimos. No
vemos nada más que el negro telón de fondo que lo tapa todo y que solícito extiende
sus brazos para envolvernos dentro.
La luz nunca está fuera, en estos casos, sino dentro. No hay
más remedio que pararnos. Detenernos y frenar en seco. Posicionarnos delante de
nosotros como si fuésemos otros y tratar de hablarnos como si la arenga la
estuviésemos vertiendo sobre el de enfrente.
Una especie de juego eficaz consiste en pensar qué palabras
buscaríamos para calmar a un amigo. Qué pensamientos llegarían a nuestra
cabeza, qué actitudes tomaríamos con él y cuánto afecto derrocharíamos en el
intento de que mejorase.
Aplicarlo a
nosotros mismos es un verdadero antídoto contra los efectos del malestar y la
tristeza. Porque al fin y al cabo…¿algún amigo de nosotros mejor que uno
mismo?.
Se dice que nadie acepta un conseo y siempre el otro termina por hacer su voluntad.
ResponderEliminarEn muchas ocasiones vemos la solución a los problemas ajenos como pasos lógicos a seguir, sin embargo, cuando estamos calzando nuestos propios problemas no encontaluaramos la norma a aplicar: extraña forma de ver la vida.
Un buen principio es ser tolerantes con el otro pero fudamentalmente con nosotros mismos: somos muy drásticos a la hora de evaluarnos.
Otro aspecto clave, es que esperamos respuestas definidas y sentimos gran frustración cuando no somos eco de nuestros sentimientos.
Saludos.
Sí es cierto, esto último a lo que aludes, Pilar Sordo, psicóloga chilena, lo define como el "pensamiento mágico". Es una forma de esperar que el otro adivine nuestro pensamiento y se adapte a él. Si no sucede así el puzzle se desencaja y la fustracción nos anula.
ResponderEliminarGracias por participar. Es un placer contar con vuestros comentarios.
Tu comentario me recuerda las Leyes de Murphy:
ResponderEliminarCualquier cosa que pueda ir mal,irá mal. (1a. Ley de Murphy)
Si una cosa puede ir mal, irá mal por triplicado. (2a. Ley de Murphy sobre el gobierno)
Si hay diversas cosas que pueden ir mal, irá mal, la que haga más daño. (Corolario de Murphy)
Nota importante : Las leyes de Murphy, no la inventó Murphy, sino otro hombre que se llamaba igual.
( Por favor, sonríe de vez en cuando )
Siempre sonrío!!!...siempre!*
ResponderEliminar