“El anciano maestro Zen puso un hermoso y valioso
jarrón, antiquísima y única herencia familiar, delante del cónclave a la espera
de encontrar un sucesor entre los asistentes. Les indicó que aquel jarrón no
era más que un problema y se sentó a esperar… Un alumno se levantó y con
determinación destrozó el jarrón con su sable. El que a priori parecía un loco
temerario, resultó ser el elegido.
Un problema por muy antiguo, valioso y útil que sea
seguirá siendo un problema y como tal debe ser eliminado, sentenció el maestro
justificando así su elección y honrando el valor del nuevo abad…” Cuento budista
Lo importante es
reconocer el sufrimiento para poder superarlo a través de sí mismo. Nuestro
marco educativo nos ha condicionado para creer que el sufrimiento es innato al
ser humano y, en consecuencia, no hay nada que se pueda hacer salvo adaptarse a
él, haciendo uso de nuestra resiliencia. Si prestamos atención, existen muchas
frases que hemos heredado de nuestros padres y abuelos y repetimos
inconscientemente como si fuesen una verdad inmutable: “la vida es la escuela
del dolor” “soy como soy, y a mi edad ya no se puede cambiar”, “el amor es
sufrimiento”, “la felicidad es una utopía”, etc. Creencias que nos sitúan en el
inmovilismo, la resignación y la desesperanza. No son sólo frases, es lo que se
nos ha transmitido y forma parte de la personalidad con la que interpretamos la
vida. El Dr. Miguel Ruiz lo define como “el libro de la ley”.
La actitud que
mejor puede rescatar las oscuras sombras de nuestro corazón y sacarlas a la luz,
es la sinceridad, entendida como un hermoso acto de generosidad con uno mismo a
través del cual reconocemos que algo no va bien y nos ponemos en disposición de
averiguar qué. Y es en ellas, en nuestras sombras, donde están todas las
respuestas que necesitamos. Un ejercicio meditativo muy eficaz para empezar a
obtener respuestas es formularnos la pregunta ¿soy feliz? O también ¿estoy en
paz? Es igual cómo definamos o justifiquemos todo lo que encontremos, lo que no
sea felicidad o paz, es sufrimiento. Si lo haces, recuerda que es solo un
ejercicio de observación; no es necesario que lo cuantifiques, solo que lo
identifiques. Será más que suficiente para que muevas tu voluntad hacia su
superación.
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