Usamos demasiado las grandes palabras
cuando en realidad, éstas deberían estar destinadas a momentos muy especiales
donde el sentimiento fuese pura verdad a flor de piel.
Podemos
engañarnos fácilmente con ellas. Amor, verdad, libertad, amistad…todo, siempre,
nunca…imponderables que son incapaces de ser medidos, ni palpados, ni apresados
entre las paredes de los vocablos que los encarcelan.
Podemos
pensar que amamos intensa y profundamente y que éste sentimiento es infinito y
eterno. Y puede que sea así y de hecho lo es. La eternidad está en el instante
divino en que se producen, en el mismo en el que el corazón las atrapa sin
remedio para siempre. Un siempre que puede durar tan poco como se sea capaz de
soportar los contratiempos pero que no deja de ser, por eso, un infinito en
stand by suspendido en la posibilidad de ser retomado.
Deberíamos
ser pacientes con nosotros mismos y no obligarnos a rendir culto a palabras que
mejor deberíamos evitar. Cuando el tiempo te demuestra, con su gran maestría,
que nada es eterno y que todo cambia en el mismo instante de producirse,
entonces, si tu inteligencia es práctica y analítica sabrá responder al reto de
lo perdurable.
Creo
que hay que tener cuidado con incluir en nuestro cotidiano ir y venir por los
sentimientos, términos como “te quiero”, “eres mi vida”, “sin ti me muero”…y
otras expresiones semejantes que sin tener que evitarlas, necesariamente,
debemos depurar muy bien su finalidad para no confundir al otro, pero sobre
todo para no engañarnos a nosotros mismos.
En
el afán de demostrar cuán grande es nuestro amor estamos dispuestos a disparar
con artillería pesada directa al corazón del que escucha. Posiblemente la
intención, que al fin y al cabo es lo que cuenta, sea noble pero la realidad
nos indica que después de la criba a la que nos somete cada estación, poco
queda de la euforia de lo dicho.
No
está mal, sin embargo que juguemos a lograr instantes eternos, esos que se justifican una
vida solamente por haberse producido y saber que en ellos y sólo en ellos son
posibles las grandes palabras.
El
resto del día, de las semanas, de los meses y de los años, sepamos rescindir
nuestro afán de ser los más intensos, los mejores, los que más damos por menos
porque a veces esas palabras solamente tienen el vestido que las arropa y en su
interior hay un hueco tan vacío que se desploman con un simple soplo.
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