Comenzamos el análisis
de nuestra breve encuesta con la observación de que, como en ocasiones
anteriores, la participación ha sido equilibrada. Casi idéntico porcentaje de
hombres que de mujeres en una banda de edad de 30 a 60 años. La edad central de
la vida, que se compensa con la visita de nuestro rincón de gente joven y de
personas que superan los 60 años, en menor medida.
A la pregunta ¿Pueden ser los padres amigos de los hijos y
deben intentarlo?, la mayoría de los participantes han opinado que
defectivamente creen en la amistad con sus hijos y lo intentan. Un 81 % frente
a un 18% que no creen que sea posible o muy difícil.
Siempre me he cuestionado este tema. ¿Amigos y
padres?...resultan antagónicos ambos conceptos?. A veces una estricta idea de
la autoridad que debe revestir la imagen paterna o materna nos sitúa fuera de
la amistad, pero la autoridad nada tiene que ver con aceptación de ella. Para
que sea eficaz ha de ser reconocida desde la admiración y no desde el miedo. Sin embargo hay que saber caminar al
lado sin invadir, esperar a ser necesitados, estar cerca pero sin anticiparnos,
cuidar sin sobreproteger…difícil equilibrio al que se llega con mucha paciencia
y pensando que efectivamente, hay que marcar límites, pocos pero innegociables.
Que sepan por dónde deben caminar pero que el camino es suyo. Y que en
él…siempre seremos su sombra. Sin estorbar sus pasos pero siempre
acompañándoles.
La mitad de las opiniones, un 45%, se decanta por el amor y
la tolerancia en la familia como cimientos sólidos sobre los que ésta debe
funcionar. Sobre ser la sede de las normas o que cada uno ocupe su lugar con la
función que los roles les asignan, son escasas las apuestas por ello. En total
un 5%. Hay una clara evolución del modelo familiar. De alguna forma creemos en
el valor de la flexibilidad, el amor y la complicidad.
Acerca de la niñez propia se valora el amor recibido, un
33%, que se acompaña con un 20% que valora las manifestaciones afectivas abiertas
y otro 20% que estima los valores que le inculcaron. En total un 90% estimando
como válidas todas las cualidades de ternura, afecto y estima que debe
recibirse cuando uno está comenzando la vida. Solamente 1% reconoce que lo más
válido son las normas que recibió.
No quiere decir esto que no haya que poner normas, fijar
límites o recolocar lo posible y lo imposible, pero “poner” nunca debe
transformarse en “imponer” porque entre otras razones, casi nadie abraza las
órdenes si no es frente a la posibilidad de un castigo y la reacción frecuente
es ir en contra de ellas nada más que hay una ocasión. El placer de transgredir
suele confundirles. Y se sienten mayores
al incumplir lo que se les ordena. Si la orden se convierte en acuerdo, si
tienen que participar en resolver el compromiso al que han llegado libremente,
entonces es posible su cumplimiento.
Todos tenemos una infancia no elegida, sea buena o mala,
pero hay que aprender en ella a hacernos adultos y en este papel sí que vamos a
estar muchos años. Lo mejor es que la memoria es muy compasiva y siempre que
volvemos los ojos atrás, sea como sea el camino recorrido, suele parecernos
bonito.
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