Me pregunto si cuando una relación termina, uno es capaz
de ver el fin con antelación. Si hay indicios de que no estamos instalados con
la misma seguridad en el sentimiento, si ha cambiado nuestro afecto, si es
diferente o si nunca existió.
Cuando algo termina, todos tenemos responsabilidad en ello.
Posiblemente no seamos capaces de valorar lo que a nuestra parte toca porque
solemos perdonarnos con facilidad y seguir el cómodo camino de echar las culpas
al otro. Pero nada pasa porque sí. Todo comienza en algún momento y el fin
también.
Sería estupendo poder darnos cuenta cuando comienza a abrirse
una fisura en una relación. Cuando la amistad va cediendo terreno a la pasividad,
cuando deja de cuidarse los detalles, cuando va siendo irrelevante la ilusión
del otro y por el otro o cuando en realidad, comenzamos a dejarnos llevar por
la falsa creencia de que todo está conseguido y que aquello que tenemos es para
siempre, pase lo que pase.
No hay seguridades en el amor. No las hay en la vida. Todo
cambia, todo se transforma irremediablemente pero deberíamos agudizar nuestro
fino sexto sentido y encontrar el punto de corte en donde se inicia la falla.
Posiblemente todo sucediese de igual forma, pero al menos podríamos remediar el
dolor que sucede a la ruptura, en alguna medida, o incluso ésta misma si es que
resolvemos la parte de culpa que nos toca.
A veces no hay más remedio que terminar. Los ciclos se
acaban, las series concluyen y la vida cambia. Otras el final se nos impone
como única salida en un laberinto complejo donde todos nos dejamos ahogar. La
mayoría, se termina por dejación del cuidado que uno pone en el otro y esas son
las veces más terribles porque la desidia no se acerca ni por casualidad, en el
diccionario, a la palabra amor y ni siquiera la roza.
Comenzar siempre es bello, terminar siempre doloroso o al
menos triste. Sin embargo, la propia vida comienza y termina aunque quiero
pensar que simplemente se transforma en otra forma de lo mismo. Por eso,
también en el amor, las relaciones que hemos tenido, sin duda, se han
transformado en un singular aprendizaje, sin el cual no seríamos lo que
actualmente somos, ni amar cada día mejor y con más cuidado por lo que tenemos
al lado.
Hola! Mi opinión la doy en cuanto a la amistad que lo tengo cercano que es también una relación de amor y pensándolo tengo reciente como una amistad que empezaba y que yo creía que iba madurando se está transformando en pasividad desde el momento que me enteré que la amistad de la otra persona no era amistad, era interés enmascarado de amistad. En cuanto he dejado esa "servidumbre" se enfrió la amistad, me dí cuenta que la que daba el amor era yo y no me daba cuenta. Un saludo!
ResponderEliminarQué buena reflexión, ambas. En la amistad, como en las relaciones de pareja hay un sabor. No olvidemos que los sentidos nos guían hacia un lugar desconocido siempre, y en las relaciones hacia el amor o el desamor. A mí, el principio del fín me sabe a la manzana pero desde la sensación que produce la pepita entre los dientes. Un cierto sabor amargo, que contiene toda la esencia de la relación cuando ya no queda más. Todas las relaciones son sabrosas si llegan hasta el final, lo que queda de ellas es mucho más que despedida.
ResponderEliminarA veces, ciertamente creemos a pies juntillas en una relación o amistad y vemos con el tiempo que estamos poniendo más de lo pedido, en pos de una necesidad de reconocimiento o de apoyo a nuestra baja autoestima; es entonces cuando nos damos cuenta, deseamos que "el otro" sea el culpable por mantener aquello, pero ¿no somos nostros mismos que construimos a partir de una necesidad y no del auténtico sabor de la manzana?
Besitos dulces a tod@s
Mi querida amiga de la dulce nube...has aludido muy bien a la "sevidumbre" de la dependencia del otro...que nunca debe darse como tal porque entonces, como dice nuestra amiga Xara, puedes de verdad "verlo" por encima y debajo de sus defectos y contradicciones.
ResponderEliminarUn beso
Xara...has dado en la diana...La necesidad propia como base del amor nos lleva al autoengaño muchas veces y a culpabilizar al otro de lo que nosotros mismos no somos capaces.
ResponderEliminarBonita comparación la de la manzana!...me ha gustado mucho.
Un beso