No sé si el corazón cambia en invierno.
Hoy, al salir a la calle, he notado el frío viento sobre mi cara y hasta el
alma se me ha helado. Veo a la gente dentro de sus bufandas, escondiéndose del
día que comienza, como si fuese un refugio seguro desde el que enfrentarse a lo
que llegue.
Todo se encoje dentro. Parece como si
el calor esponjase el ánimo y lo dispusiese para abrazar a los demás. Sin
embrago, pienso en las veces que el helado saludo de la mañana o el gélido
teñido de la noche han entrado con fuerza en mi interior y ni siquiera lo he
notado.
No es la climatología lo que hiela y paraliza
el corazón, sino la falta de ilusión y entusiasmo cuando se quedan pegados a
sus paredes para convertirlo en un parásito de sí mismo.
Cuando uno está lleno de alegría,
pletórico de sensaciones y ansioso por cumplir sueños en los que trabaja desde
el convencimiento de que se cumplan, ningún invierno acampa en el abonado
terreno de la euforia. La nieve se deshace de inmediato, el agua discurre rauda
buscando el camino de salida, el frío huye despavorido ante tanta calidez
diseminada. No hay nada que pueda paralizar los golpes de su vaivén agitado
dentro del pecho.
Uno puede manejar las estaciones del
alma. No podemos hibernar durante el frío y perderemos la oportunidad de seguir
adelante con nuestras metas. Eso sí, cuando hay metas.
Lo peor es notar el vacío de no tener anhelos
ni esperanzas a la vista. El no saber hacia dónde dirigir el entusiasmo ni de
qué forma instalarse en la ilusión.
Hay que tener objetivos por cumplir,
sueños y aspiraciones porque por pequeñas que sean, serán lo suficiente para
salir a la calle y no notar el frío.
Cierra los ojos e imagina esa chimenéa crepitando en silencio y en tu regazo el amor que desde siempre te ha abrigado.
ResponderEliminarImagina el tórrido trópico y allí tambien el hielo quema el alma.
...!
Dulces sueños los que se producen cuando uno imagina...gracias por la imagen!***
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