El método del
“problema-reacción-solución” es uno de los más eficaces cuando estamos frente a
un conflicto.
Cuando
nos adentramos en una situación que nos plantea dificultades lo peor que
podemos hacer es quedarnos inmóviles porque la avalancha de agua nos puede
arrastrar. Hay que reaccionar, aunque nos tomemos un tiempo previo para
dilucidar en qué posición nos deja las nuevas circunstancias. No podemos parar
por mucho tiempo, porque la vida misma es cambio continuo y el inmovilismo
tiene un precio muy alto.
Lo
que más descoloca al enemigo es nuestra movilidad. El no saber a ciencia cierta
dónde estamos ni cuál será el siguiente paso que daremos. Ser demasiado
previsibles puede llevarnos a perder siempre. Hay que ganar tiempo y espacio en
la batalla y posicionarnos de forma que nuestra estrategia nos favorezca a
nosotros y no a nuestro contrario.
Es
verdad que hay que recurrir a la calma en las grandes catástrofes de la vida y
como primera medida, relativizar las consecuencias. Nada es tan importante como
para adoptar una postura extrema porque al fin y al cabo, dentro de unos
cuantos años, en el mejor de los casos, absolutamente ninguno de los que ahora
estamos leyendo esto, estaremos aquí. Por lo tanto, tomar consciencia de la
posición y valorar las pérdidas es una necesidad de urgencia que en ningún caso
debe arrastrarnos tras el desastre. Tras éste, hay que tomar decisiones en
escala; es decir, ir procediendo paulatinamente, en sucesión ascendente y con
un objetivo favorable a la vista.
Debemos
conseguir que el caos nunca sea nuestro. Dejar pasar lo intrascendente para
abrir la puerta a las soluciones posibles, certeras y prósperas para nuestro
bienestar.
Todo tiene un precio y a veces, es
inevitable hacer daño y que nos lo hagan. Siempre pienso, sin embargo, que tras
la derrota uno, con el tiempo, mira de distinta forma lo sucedido. Primero con
rabia, desprecio e ira. Más tarde repartiendo culpas. Posteriormente con la
benevolencia de quién rescata de los recuerdos lo mejor que pudo vivir.
Debemos
reaccionar y seguir plantando cara al mundo sin miedo a ser devorado por él.
Los valientes son siempre aquellos que saben
llorar cuando deben y levantarse de nuevo, cuando lo necesitan.
Los valientes son aquellos que no cuentan el número de veces que caen sino las veces que se levantan y continuan, los valientes son aquellos que aman contra viento y marea, aunque no les amen, los valientes son aquellos que de una perdida saben obtener una ganancia aunque su alma llore por la perdida durante tiempo infinito, los valientes son aquellos que piensan que lo mejor está por llegar, porque efectivamente llegará.
ResponderEliminar!!En el centro de la diana!!...gracias por una reflexión tan acertada.
ResponderEliminarTenemos que desaprender los absurdos estereotipos sobre la valentía porque en ellos no está ni un ápice de lo que realmente es el valor.
Un beso