Es fácil juzgar a los demás. Lo hacemos a cada instante. Ejecutamos rápidamente la sentencia a vista de pájaro. No necesitamos demasiadas reflexiones para ejercer lo que creemos un derecho socialmente establecido por la norma general: emitir opiniones, juicios de valor y estimas por doquier. Hay una ley clara en la asertividad de cada cual y es el derecho a expresarnos libremente.
Personalmente añadiría que esta libre manifestación de dictámenes debería acompañarse de respeto y responsabilidad. Pero también es cierto que frente a esos veredictos, a los que somos tan dados con el vecino, el compañero, el amigo y el enemigo, pueden caer en vacío o volverse contra nosotros si los demás gestionan bien sus emociones y la capacidad de la propia autoafirmación.
Todos tenemos el sagrado derecho de no dar explicaciones ni excusas para justificar nuestro comportamiento, puesto que no somos responsables ante ellos de nuestras acciones. Sí ante nosotros mismos debiendo asumir las consecuencias que conlleven. Somos nuestros propios jueces.
Cuando no nos atrevemos a decir simplemente lo que nos sucede sin tratar de justificarlo con razonamientos creíbles, impedimos que manipulen nuestros comportamientos y nuestras emociones. Sigamos un ejemplo:
“Una clienta, después de probarse unos zapatos y haberlos elegido para llevárselos, lo piensa mejor y cambia de opinión. El dependiente no conforme con ese cambio tratará de manipular los motivos que la llevan a ello. Le puede preguntar así…”¿Qué defecto encuentra en estos zapatos?”. Con esta pregunta, el dependiente formula el juicio de que la cliente debe darle razones por las que puedan no gustarle los zapatos en cuestión. Si la clienta deja que el dependiente decida que debe darle razones para rechazarlos se sentirá obligada a explicar por qué no le gustan. Si expone sus razones, la clienta autoriza al dependiente a darle motivos, igualmente válidos, por los que deberían gustarle. Y fácilmente se quedará con ellos. El siguiente diálogo manipulativo lo muestra:
D: ¿Por qué no le gustan los zapatos?
C: No me gusta el tono marrón que tienen.
D: ¡ No diga! ¡Si es el color de moda!. Observo además que le va
con el tono de su abrigo!. Si lleva ya la moda más actual en su abrigo, ¿cómo no llevarla en los zapatos?.
C: Me están demasiado holgados y la tira del talón se me baja continuamente.
P: Eso lo arreglamos por menos de 3 E
C: En cambio, me aprietan en la puntera.
D: No hay problema, ¡se los ensanchamos en el acto!...
Si la clienta tomase la decisión de si debe o no responder al dependiente con razones que sustituyen a la verdadera causa de su rechazo, el no gustarla, no tendría por qué dar explicación ninguna ni seguir un juego manipulativo en el que posiblemente se termine llevando los zapatos.
Somos nuestros propios jueces. Los que podemos interrogarnos en nuestro interior y únicamente a quienes debemos respuestas. Para el resto baste con la sencilla verdad.
Este si que es un tema extenso y complicado, al menos a mí me lo parece. Porque el "juicio", que es algo que todos llevamos dentro desde niños, hay que saber identificarlo como tal.
ResponderEliminarQuiero decir que cuando somos nuestros propios jueces, estamos de algún modo haciendo lo mismo que "el vendedor de zapatos"l La única diferencia es que desde niños hemos introyectado al Juez, desde una figura cercana, madre, padre, hermanos, tutores...!. Cuando lo vemos fuera y nos enganchamos con él, casi siempre responde a un tipo de sordera , pero es lo mismo, estamos ante el espejo de nuestro diálogo interno.
Tu propuesta me gusta, porque desde ese lado, la clienta o el cliente, responden con su sabiduría infantil, "no intentes convencerme, no me gusta", y esa es la contundencia con que los niños nos paran los pies, (si somos respetuosos con ellos, lo somos con nosotros mismos).
Un beso y que todos llevemos puestos los zapatos que nos gusten más, porque la experiencia de caminar es única y exclusivamenete nuestra.
Xara
Xara tienes razón, a veces nos comportamos como el vendedor con nosotros mismos pero la diferencia está en que nadie externo nos manipula y nuestro aprendizaje se basa en el ensayo y error propios. La infancia condiciona tanto!! que luego hemos de pasarnos una vida tratando de conseguir herramientas para arreglar las averías.
ResponderEliminarBesitos