Si
el día te ha ido mal, como el mío, comienza de nuevo. Aquí estoy, tomándome un
desayuno a las seis de la tarde. Intentando volver a empezar. Dándome una ducha
y pensando que son las seis de la mañana y que tengo todas esas horas por
delante para cambiar la interpretación de las cosas que no me han gustado.
Y
es que, al fin y al cabo, hay que mirar por encima de las situaciones y no
bajarse al detalle. En lo insustancial está el meollo de todas las desgracias.
Siempre, en aquello que menos importante es o en lo que podría pasar
desapercibido.
Lo
importante, lo que realmente es grande y te sacude, eso no te deja pensar, ni
dar vueltas y vueltas a la cabeza. Eso te hace actuar desde el instinto y desde
la supervivencia.
Nunca
nos enredamos en lo importante; eso tratamos de resolverlo. Nos embrollamos en
lo pequeño, en el “me dijiste” o “no hiciste” o “dejaste de hacer”.
Todo
toma forma cuando enfocamos la luz. Si focalizamos la atención en cualquier
mínimo detalle, rápidamente le habremos dado entidad suficiente para acabar con
nosotros. Lo convertimos en un virus mortal que arrasa a su paso con las
mejores intenciones. Y ahí en ese punto nos perdemos. Ya ni siquiera sabemos
cómo empezó el desacuerdo, pero nos ha llevado demasiado rápido al infierno y
una vez allí dejamos que arda el fuego.
Si
estás dentro de un mal día, comienza de nuevo. Posiblemente, puedas abrir un
hueco en el tiempo y dibujar con los colores que más te gusten, las horas que
comienzan otra vez.
No olvides que todo se interpreta dentro. Si
no te gusta lo que ves, cambia el enfoque, alumbra de otra forma, piénsalo
distinto.
Vuelve
a intentarlo.
Lo
verás diferente.
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