Uno
de los sentimientos que más energía negativa tiene es el miedo. También es el
que más expuesto está ante nuestra consideración cuando hablamos de
vulnerabilidad.
Si
hiciésemos la prueba de preguntar, en un gran grupo, qué es lo que más temes,
la mayoría de las respuestas se centrarían en el miedo. Miedo al propio miedo.
Miedo a sentirse perdido, desorientado, sin asideros para remontar. Miedo a
caer en situaciones en las que nos vemos incapaces de resolver. Miedo al
ridículo, a las críticas, a no llegar a lo que otros esperan de nosotros o a la
soledad que tan indefensos parece que nos deja.
He
comenzado un nuevo libro este fin de semana.
Otra
vez la monje budista Pema Chödron capta todo mi interés. El libro se titula “Cuando
todo se derrumba” y como siempre, sutil y abiertamente, trata el tema del miedo
junto con la fórmula para no resistirnos a él.
Lo
peor es la resistencia. El disponernos a huir nada más que le vemos llegar
cerca. El aferrarnos a todo tipo de adicciones solamente para evadirnos de lo
que supone estar en él. Placeres fugaces que solamente hacen que se sume a la
sensación de temor, la angustia de no controlar estos patinazos por lugares,
que en el fondo, nos disgustan.
Pema,
alude a permanecer en lo que nos asusta; en darle espacio y acercarnos con
suavidad a ello.
Relata
la historia de un grupo de monjes budistas caminando por un bosque tranquilamente.
A su paso, divisaron un enorme perro negro de inmensas fauces salivantes. Todos
huyeron despavoridos. Intentaron resguardarse tras los árboles, detrás de
alguna roca o en medio de una mata. Solamente uno comenzó a correr con todas sus
fuerzas hacia el aterrador animal. Para sorpresa de todos, éste cuando vio la
velocidad y el arrojo del monje directamente apuntando hacia él, huyó a toda
prisa.
El
miedo nos huele. Es capaz de saber si anida en un ser débil y quebradizo o si
vamos a dejarle pasar y delicadamente vamos a permanecer a su lado. Entonces la
sensación de malestar no desaparece pero comienza a disolverse.
Vemos
que no pasa nada. Con el miedo, junto a él, dentro de él…no pasa nada. Al
contrario. Vamos conociéndole de cerca. Nos familiarizamos con sus esquinas,
sus afilados bordes, sus dientes quebrados. Inspiramos, abrimos espacio
interior y más tarde, lentamente espiramos, como si de un punto muerto se
tratase. Cerrando puertas a lo viejo y naciendo en otro estado.
El
miedo puede que siga con nosotros, pero de otra forma ya. Incluso puede que
termine por huir, como el perro del relato de los monjes.
Todo
menos escapar porque en esa huída se hace fuerte, se congela y permanece
siempre a nuestro lado acechándonos.
Inspira.
Abre espacio. Deja que se expanda. Diluye. Hazlo menos denso. Deja que se licue.
Espira.
Cierra esa sensación. Deja que muera. Renace de nuevo.
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