El
primer paso para sanar, mejorar o reconducir una conducta es reconocer lo que
hacemos, cómo lo hacemos y por qué.
A veces, no es fácil porque solemos
perdonarnos mucho a nosotros mismos y tendemos a derivar culpas en cabezas
ajenas.
Pero no debe olvidársenos que en realidad, cuando surge un problema,
cuando una situación se nos pone en contra, no hay otro modo nada más que parar
y analizar en qué punto del caminos nos hemos tropezado y qué parte de culpa
tenemos en ello.
Reconocer
que nos hemos equivocado es la parte más difícil; en principio por la claridad
mental que debemos ejercitar y luego por la valentía de corazón que tenemos que
usar para ello. Sin duda, es el paso más importante para poner remedio, se
llame como se llame nuestra culpa.
De
nada vale, sin embargo, si después de llevar a cabo este trabajo de
reconocimiento con nosotros mismos, no dejamos de actuar en sentido contrario.
La dirección prohibida nos lleva a chocarnos, seguro. En un momento y otro, nos
daremos frente con la verdad y tendremos que llamar a las cosas por su nombre.
A
mí no me cuesta nada reconocer los errores. No me cuesta nada, pedir perdón si
ellos han causado un daño a otra persona. Ya me cuesta más reconducir conductas
porque a veces actuamos con el piloto automático puesto y a la nada te ves
cayendo de nuevo en la misma piedra.
De
nada valen las disculpas, entonar el “mea culpa” o rasgarse las vestiduras en
un momento dado, si en realidad no reparamos en la nueva conducta que debería
derivarse del problema causado por nuestras acciones.
Lo
primero es llamar a cada cosa por su nombre. El camino se abre entonces. A
partir de aquí, uno decide si quiere seguir en la batalla, y salir descarnado
cada poco, o si elige la tranquilidad de hacer las cosas sencillamente con
normalidad.
Veamos
este breve relato zen.
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“…El
Primer Ministro de la Dinastía Tang fue un héroe nacional por su éxito como
estadista y como líder militar. Pero a pesar de su fama, poder, y salud, se
consideraba un humilde y devoto Budista.
A veces visitaba a su maestro Zen
favorito para estudiar con él, y parecía que se llevaban bien. El hecho de ser
primer ministro parecía no afectar su relación, que parecía ser la de un
venerado profesor y un respetuoso alumno.
Un día, durante su visita usual, el
Primer Ministro le preguntó al maestro, "¿Su Reverencia, qué es el egoísmo
de acuerdo al Budismo?" La cara del maestro se volvió roja, y con una voz
condescendiente e insultante, le respondió, "¿qué clase de pregunta
estúpida es esa?" Esta respuesta inesperada impactó tanto al Primer Ministro
que se quedó callado y furioso.
El maestro Zen sonrió y dijo, "ESTO, Su
Excelencia, es egoísmo".
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