EL PUNTO DE PARTIDA
Acababa
de apurar el último sorbo de una copa de vino blanco. Aquella hora de la tarde
no era la más apropiada para este tipo de bebida. Tampoco sabía igual estando
sin compañía.
Sentado
sobre su escritorio comenzó a ensayar lo que diría a su primer paciente.
Owen
se había formado en una prestigiosa universidad sueca. La psicología clínica
era un camino perfecto para poder hacer frente a sus propios fantasmas.
Su
infancia había transcurrido en internados religiosos que procuraron someter su
espíritu de rebeldía y reducirlo a una extraña manera de ser que no encajaba en
la sociedad que le tocaba vivir.
Era
un hombre solitario aún entre la gente. Vivía una especie de vida paralela que
le llevaba a hablar consigo mismo a cada
instante. No había un solo momento que no doblase la conversación que mantenía
con cualquier persona de su entorno.
Dentro
de sí, existía otro ser que amonestaba y condenaba cada una de sus acciones con
una brutalidad extrema. Su paso por los internados le había dejado una profunda
huella difícil de superar.
Mientras
miraba a través del amplio ventanal de su despacho movía el vino, de un lado a
otro, como si quisiese con ello atrapar el reflejo de aquella ciudad que se
dibujaba la fina copa Riedel que sostenía en su mano.
Se
encontraba en el punto de partida de una nueva vida. Había dedicado muchos años
a su impecable formación académica. Conocía varios países europeos participando
en los mejores congresos y seminarios dedicados a los problemas derivados de
conductas patológicas.
Se
había ganado una merecida fama entre sus colegas de experto gestor de las
emociones y sus comportamientos derivados, pero nunca se había decidido a
emprender un viaje semejante. Era en realidad su punto de partida; el comienzo de un viaje al centro de sí mismo. Una decisión que había esperado años para verse cumplida.
El
piso era amplio y acogedor. No parecía una consulta médica. No lo era en realidad.
No estaba allí para curar a nadie. Se conformaba con que su escucha activa
ayudase a los pacientes a dirigir de otra forma su vida. Pretendía ser un
baluarte seguro al que acudir.
No
era un médico. No anotaría el historial de cada uno para cerrarlo de nuevo con
fecha de prescripción. Sabía muy bien que los conflictos no caducan. Él estaría
allí como un amigo sin condiciones capaz de sacudir la realidad de cada cual
delante de sus ojos y lograr acciones que pudieran remontar las pérdidas en los
logros con uno mismo.
Había
contratado un ayudante, Marco, cuyo intachable expediente académico era menor
que su inapreciable encanto genovés.
Su
juventud contrastaba visiblemente con la edad de Owen lo que sin duda, aportaba
un aire desenfadado al consultorio que iba a inaugurarse próximamente.
El
ambiente sudoriental que había logrado el decorador de aquel espacio destinado
al logro de la felicidad, había sido dirigido por Marco.
Había
vivido con su madre en Calcuta desde los cinco años. Aquel mundo le convirtió
en ser muy diferente. Era justamente la persona que aquel espacio necesitaba.
La
inauguración estaba próxima. Apenas quedaban dos días.
Owen
esperaba a Marco aquella tarde con la intención de ultimar los preparativos
finales.
Miraba
distraído el finísimo caldo que ondeaba entre sus manos. Su móvil comenzó a
sonar. (…)
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