Te conocí
buscando un buen pediatra que atendiese a mi hijo en un momento en el que una
madre primeriza siempre se asusta. Tu apellido era difícil de olvidar, como
luego lo fue tu pericia y tu excelente trato con los niños, pero sobre todo tu
gran capacidad de resistir “madres preocupadas” y “abuelas angustiadas”.
Muchas
veces, las enfermedades eran más supuestas que reales pero así es cuando se
tiene un hijo y no se sabe nada de sus respuestas biológicas, en un principio.
Era
complicado llegar a ti porque tu consulta rebosaba cochecitos de niños,
bufandas, juguetes y madres deseosas de resolver la fiebre de sus hijos, su tos
incesante o esa delgadez endémica que todas nos empeñamos en ver en nuestros
niños por más que la báscula diga lo contario.
Tu teléfono
tampoco dejaba de sonar. Siempre pensé cómo tenías aún, después de todo, horas
para leer, estar en familia o soñar con otros objetivos que no fuesen la
infancia.
Tu apellido
es, ciertamente, difícil de olvidar como lo es tu gran calidad humana.
Esta es una
de esas veces en las que lamentas que la vida pase, que el tiempo llegue y que
las etapas se consuman. Nos gustaría que las buenas personas, los profesionales
excelentes y los amigos del otro lado de la mesa, no terminasen nunca su labor.
Somos egoístas, lo sé. Quisiéramos que otros
pudiesen tener el privilegio de poder poner a sus hijos en manos de un pediatra
como tú.
Ha llegado
tu momento. El de disfrutar de tus nietos, el de dedicarte a viajar, el de
seguir, seguro, aportando tu sabiduría a tu paso en el lugar que alguien lo
precise porque uno no se jubila nunca de lo que ama y tú amaste mucho tu labor.
Como todo
gran hombre estás acompañado por una excelente mujer, Luisa, que seguro habrá
contribuido a que tu carácter siempre
fuese alegre y a sentirte feliz como demostrabas.
Hoy mi hija
me enviaba un Whatsapp en el que me preguntaba si su pediatra, esa persona
cercana y entrañable, su tabla de salvación en los malos momentos, se jubilaba.
De pronto
revivió sus años de infancia, las largas esperas y lo que compensaban éstas
cuando entrabas a la consulta. Sintió pena porque le parecía que algo
importante de su niñez terminaba con ello. También yo lo sentí. Pero ahora es
tu tiempo para gozar de los tuyos.
Gracias por
ese tiempo de calidad que nos diste a cada uno al pasar la puerta de tu
consultorio. Gracias por tus sonrisas y tus buenas palabras cuando no podías
más con el cansancio.
Gracias por
haberme atendido aquel día en el que nadie quiso hacerlo, de otro modo no habría tenido la suerte de conocerte, ni mis hijos la de haber crecido
con la extraña sensación de descubrir que ir al médico siempre fue agradable.
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