Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


miércoles, 28 de enero de 2015

CARTA A UN PEDIATRA DIFERENTE



Te conocí buscando un buen pediatra que atendiese a mi hijo en un momento en el que una madre primeriza siempre se asusta. Tu apellido era difícil de olvidar, como luego lo fue tu pericia y tu excelente trato con los niños, pero sobre todo tu gran capacidad de resistir “madres preocupadas” y “abuelas angustiadas”.

Muchas veces, las enfermedades eran más supuestas que reales pero así es cuando se tiene un hijo y no se sabe nada de sus respuestas biológicas, en un principio. 

Era complicado llegar a ti porque tu consulta rebosaba cochecitos de niños, bufandas, juguetes y madres deseosas de resolver la fiebre de sus hijos, su tos incesante o esa delgadez endémica que todas nos empeñamos en ver en nuestros niños por más que la báscula diga lo contario. 

Tu teléfono tampoco dejaba de sonar. Siempre pensé cómo tenías aún, después de todo, horas para leer, estar en familia o soñar con otros objetivos que no fuesen la infancia.

Tu apellido es, ciertamente, difícil de olvidar como lo es tu gran calidad humana. 

Esta es una de esas veces en las que lamentas que la vida pase, que el tiempo llegue y que las etapas se consuman. Nos gustaría que las buenas personas, los profesionales excelentes y los amigos del otro lado de la mesa, no terminasen nunca su labor.

 Somos egoístas, lo sé. Quisiéramos que otros pudiesen tener el privilegio de poder poner a sus hijos en manos de un pediatra como tú.
Ha llegado tu momento. El de disfrutar de tus nietos, el de dedicarte a viajar, el de seguir, seguro, aportando tu sabiduría a tu paso en el lugar que alguien lo precise porque uno no se jubila nunca de lo que ama y tú amaste mucho tu labor.

Como todo gran hombre estás acompañado por una excelente mujer, Luisa, que seguro habrá contribuido a que tu carácter  siempre fuese alegre y a sentirte feliz como demostrabas.

Hoy mi hija me enviaba un Whatsapp en el que me preguntaba si su pediatra, esa persona cercana y entrañable, su tabla de salvación en los malos momentos, se jubilaba. 

De pronto revivió sus años de infancia, las largas esperas y lo que compensaban éstas cuando entrabas a la consulta. Sintió pena porque le parecía que algo importante de su niñez terminaba con ello. También yo lo sentí. Pero ahora es tu tiempo para gozar de los tuyos.

Gracias por ese tiempo de calidad que nos diste a cada uno al pasar la puerta de tu consultorio. Gracias por tus sonrisas y tus buenas palabras cuando no podías más con el cansancio. 

Gracias por haberme atendido aquel día en el que nadie quiso hacerlo, de otro modo no  habría tenido la suerte de  conocerte, ni mis hijos la de haber crecido con la extraña sensación de descubrir que ir al médico siempre fue agradable.


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