¡Qué
extraña es la muerte, César!, no me puedo creer que no estés. Hoy, tu marcha ha
sido una fuerte sacudida para mí y estoy segura que también para tus compañeras,
tus amigas y amigos de clase, los que habían comenzado a ser la prolongación de
tu familia a la que tanto querías. A ella, sobre todo, que tanto ha de
extrañarte.
Llegaste
tarde, a mediados de un curso. Lo hiciste tímidamente como eras tú. Hiciste,
con tu presencia, que todos te echásemos de menos cuando faltabas. Pocas veces,
eso sí, porque no querías nunca dejar de venir.
¡Tan
bien! te sumaste a nuestra casa que incluso venías cuando no te tocaba para
ampliar tu deseo de ser útil, de colaborar, de echar una mano acompañada
siempre de una sonrisa.
Todo
ha pasado muy deprisa. Yo no quise despedirme de ti para que volvieses el
próximo curso. Y ahora nos acompañarás desde lo alto para enseñarnos los mil y
un colores de tus power point, los extraordinarios dibujos en el paint y esa
forma tuya de hacer las tareas con minuciosidad y paciencia que te hacía tan
diferente.
¡Ave
César! Habrán dicho las legiones de ángeles que te esperaban; de ese modo te
darán la bienvenida a un reino de felicidad; de esa forma reconocerán a un
hombre sincero, sereno y amable que siempre estaba dispuesto a ayudar.
No
serán igual las tardes de informática sin ti. Ni tampoco las fiestas de fin de
año o las comidas de verano. Logramos ver tu dulce corazón y alegrarnos con tu
tímida sonrisa siempre defensora de tu saber.
Fuiste
alumno y amigo. Fuiste compañero y colaborador incondicional. Fuiste y serás
una persona especial.
¡Ave,
César! Llegue hasta ti mi saludo de emperador porque estoy segura que serás un
excelente embajador de los duelos de los que aquí quedamos y que desde tu trono
de persona honesta y bondadosa, no dejarás de sonreírnos nunca.
Paz
eterna para ti.
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