Anoche recordé la canción de Georges
Moustaki: "Mi libertad la
he guardado mucho tiempo como una perla rara...", pero la hubiera
traicionado de buen grado por "una prisión de amor y su bella
carcelera".
Han pasado muchos años y ya no sé si quiero "prisión de amor", sino lo que expresa el gran poeta y místico libanés Jalil Gibran, "el amor es la única libertad que existe en el mundo, porque eleva hasta tal punto el espíritu que las leyes de los hombres y los fenómenos de la naturaleza no pueden alterar su curso".
Tich Nhat Hahn, lo expresa con más sencillez: "He
sido monje durante 65 años, y lo que he descubierto es que no hay ninguna
religión, ninguna filosofía, ninguna ideología superior a la fraternidad. Ni
siquiera el budismo."
El amor universal, la fraternidad,
es la expresión ampliada del auténtico amor de pareja: dos naranjas completas,
capaces de ofrecer al mundo un vaso lleno de naranjada.
Nada es tan delicioso como la vivencia del amor cuando lo que se siente se
puede expresar, compartir y fusionar. Es una especie de implosión serena, de
cálido volcán de fuego serenándose por las laderas de un costado de la vida, es
lo único posible y real dentro de la toma de posesión de la existencia cuando
llegamos y lo exclusivo que nos llevamos al irnos.
No entiendo la vida sin amor. No es ni siquiera posible. La propia vida es
tal gracias al amor entre células originarias, simples y neófitas que se
atrajeron en el afán de seguir adelante.
Pensar con amor, actuar desde
el amor, comprender en el amor, soñar por amor…nos ayuda a seguir y hasta
sobrevivir por él y en él. Cuando esto es así, el resto y todo lo demás sobra.
Y en realidad, no sobre, no existe.
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