Hay veces
que sin saber por qué uno está mal. Es como si el universo te devorase sin remedio
y solamente pudieses ver como la alegría se derrumba bajo tus pies.
Sin conocer
la razón o tal vez rozándola, de pronto sientes un vacío inmenso en el estómago
y un peso en el corazón. Posiblemente, nuestro sexto sentido capte lo que flota
en el ambiente a nuestro alrededor y los pequeños detalles se hagan gigantes
cuando los vemos con las gafas equivocadas o tal vez, las esperanzas sostenidas
se dejen caer por su peso de vez en cuando; como perdidas en el fondo de un
cajón desordenado.
Lo peor de
todo es reconocer que nuestra pena no tiene sentido y saber que el verdadero
dolor es el que toma a otros como protagonistas. Las pérdidas irremediables,
los accidentes, los desmanes y las maldades intencionadas cobran victimas con
nombres y apellidos y uno reconoce que esa es la verdadera desgracia. Sin
embargo, aun sintiéndonos injustos por dejarnos arrastrar por la sinrazón de un
malestar sin calificativo, no podemos evitar la tristeza.
Será que son
convenientes los contrastes. Será que sin negro no habría blanco, sin sombras
no existiría rastro de luz, sin la nada nunca habría todo y sin ti no existiría
mi yo. Será que la pena da paso a la alegría, sin la cual ésta no sería sostenible,
será que podemos ver sin mirar y oír sin escuchar. Será que llega la primavera
y ella no está.
Será que
otra vez mi alma quiere sacudirse la soledad y en la noche fría del invierno
que se va, llora aún la pena de estar… sin estar.
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