Estoy
leyendo un libro recién estrenado en el mercado, “Yo, mono” de Pablo Herreros
Ubalde. Me apasiona el conocimiento de nuestros ancestros y sobre todo la forma
de habernos diferenciado de ellos, si es que en realidad lo hemos hecho, en
base a nuestras conductas, nuestro pensamiento y el lenguaje oral.
Descubrir que estamos muy cerca de los
chimpace o los bonobos en multitud de
comportamientos básicos de las sociedades y grupos actuales, de la forma en que
nos organizamos políticamente o en la manera de colaborar o ponernos
zancadillas, unos y otros, es algo fascinante.
El universo se ha quedado plasmado en
nuestras células. No nos hemos despegado de nuestros antepasados y lo único que
hemos logrado es salvar la cooperación y en amor en la remodelación de los
procesos instintivos que hemos llevado a cabo desde que nos consideramos
humanos.
Sin acercamientos y aportaciones mutuas
no hubiese sido posible ni siquiera la vida. Hace 5.000 millones de años, el
mar fue el testigo de una peculiar boda entre dos tipos de células, las
procariotas, sin estructura, y las eucariotas, sin núcleo. Ambas tenían
opciones diferentes para comportarse con respecto a la otra. Podrían haberse fagocitado
y con ello se hubiese anulado todo resquicio de vida por siempre o, por el
contrario, podían colaborar, aportarse lo que cada una era capaz de dar…amarse,
en definitiva, para comenzar la aventura más maravillosa posible: la vida.
De todo lo que llevo leído, lo que más
me ha sorprendido es el mensaje que nos da la especie a lo largo de su filogénesis.
Solamente se avanza cooperando y únicamente
se progresa en colaboración. Es todo lo contrario a lo estamos empeñados a
practicar. La competencia y la falta de compasión pueden derivar en la
anulación del grupo en virtud de unos pocos que a su vez se autodevorarán.
Dice el autor que la anatomía humana
está diseñada para cooperar y que sin duda todo esfuerzo conjunto cuenta.
Cada una de nuestras células, lo saben.
El corazón, también. Por eso, solamente el amor será el vínculo que permitirá
que la vida no se extinga nunca y que a pesar de la distancia cronológica con
nuestros antepasados, continúe avanzando hasta lo mejor de sí misa.
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