Es complicado mirar hacia atrás porque a veces uno se ve tremendamente
estúpido; se encuentra formando parte de otro ser, no se reconoce y se
descubre, en medio de los recuerdos, actuando de una forma que nunca le ha sido
propia.
Creo que todo tiene una razón y por mucha tontería que creamos haber tenido
entonces, seguramente, es el mejor camino que creímos haber encontrado porque
de otro modo no lo hubiésemos transitado.
El peor de los males es creer en toda la gente; o tal vez sea lo mejor a pesar de todo, porque aunque la inocencia
pasa facturas muy altas siempre rezuma un elixir cercano a la ternura que es
una verdadera pena tener que perder.
No comprendo el engaño traicionero hecho de forma consciente. No puedo pensar
en que hay gente que diseña planes, traza laberintos para llegar a una
meta a costa de lo que sea. Tampoco entiendo la mentira que esconde siempre lo
que puede perjudicarte para alcanzar un fin o lograr que otros vean de ti una
imagen, que de otro modo nunca tendrías.
Posiblemente
sea ingenuo pensar que parte de la gente que conoces no se presenta con
recovecos, ni con terceras intenciones, ni con la sangre fría de manipular
sentimientos en pro de sus fines.
Posiblemente parezca infantil confiar en los
demás hasta que te demuestren lo contrario. Tal vez, solo a base de desengaños
podamos entender que la vida se complica cuando vas creciendo porque ese candor
infantil debe dejar paso a la cautela, al saber esperar antes de hacernos una
imagen de alguien o de algo, a saber esquivar los golpes o a enfrentarlos si no
hay más remedio.
Uno
llega a la convicción de que crecer lleva consigo muchas desventajas, a pesar
de no verlas cuando somos pequeños y creamos entonces que avanzar en la edad es
lo único que nos hace pensar que llegaremos al edén que tanto ansiamos. Luego,
con el tiempo, añoras esa forma simple de ver la vida, ese ir y venir de las
emociones puras y sobre todo, esa ilusión sin condiciones que todo te
provocaba.
Afortunadamente,
algo del alma de niño queda siempre en el interior. A esa apelo cuando vuelvo
la vista atrás y observo mis errores porque entonces entiendo que forman parte
del juego de la vida y del aprendizaje de sus reglas. Aún así, mi rebeldía
siempre tiende a saltárselas porque en definitiva hago de ello una nueva travesura
en la que no pierdo el entusiasmo.
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