Cada día me
doy más cuenta que lo único importante, al fin y al cabo, es ser feliz. Nos
empeñamos en seguir una línea ascendente, desde la niñez, que de cualquier forma
nos haga tocar el éxito aunque nos equivocamos en el concepto del triunfo.
Pensamos en
ganar dinero, en alcanzar una posición social elevada, en ser conocidos, en ser
respetados o al menos temidos, pero ante todo en lograr todas las cartas que
nos hagan un palo de la baraja triunfador. Sin embargo, la mayoría de las veces
desperdiciamos el talento en función de la rentabilidad.
Hoy en día
nadie piensa en ideas románticas con respecto al trabajo que desempeña. Aquella
actitud que servía de guía en nuestra juventud, cuando estudiábamos una
carrera, hoy pierde el sentido. No se trata de lo que nos guste hacer, sino de
lo que podamos conseguir. Así es mucho más difícil añadir los ingredientes que
hagan el necesario caldo de cultivo para potenciar la excelencia y la
creatividad en cada persona.
Hay tres
referentes que deberían servir de criterios unánimes para ejercer cualquier
profesión o actividad.
Uno de ellos
es la pasión que nos suscite, la parte de emoción que debería empujarnos a ese
trabajo. El querer lo que se hace aunque no se haga lo que se quiere. Hay que
terminar enamorándonos de aquello a lo que nos dedicamos, sea lo que sea,
aunque no nos guste. Y si no podemos llegar a enamorarnos al menos coquetear
con lo mejor que tenga esa actividad.
Otra premisa
será el propósito que nos dirija en ella. Un sentido noble que nos haga mirar
más allá de nuestros intereses y, de alguna forma, encontremos una contribución
a los demás a través de lo que hacemos.
Por último,
hemos de darle un sentido lúdico. Que lo que nos ocupe tenga algo de juego y
podamos buscarle una dimensión expansiva.
Si de alguna
manera, con lo que hacemos, contribuimos a que la gente se sienta mejor, en lo
que sea o a través de lo que sea…será la culminación de un juego de malabares.
El más importante quizás en estos tiempos: convertir algo para lo que no
creemos haber nacido, en lo que nunca nos habríamos ubicado y que nunca
hubiésemos elegido, en una posibilidad de ser felices mientras llega aquello
que anhelamos.
Estoy segura
de que todos tenemos nuestro propio talento, nuestra capacidad de emocionarnos
y la posibilidad de ponerle pasión hasta a aquello que no es lo nuestro.
Solo así
podremos sobrellevar este mundo dislocado donde nadie está donde quiere, ni, en
muchas ocasiones con quien quiere, ni tal vez haciendo lo que debe. Pero al
menos lograremos extraer lo mejor de cada situación disponiéndola a nuestro
favor y no al contrario.
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