No me disgusta el invierno porque es una época en la que siempre se
desea un refugio. Es un poco como lo que nos sucede cuando estamos necesitados
de un abrazo. Uno, entonces, busca también un abrigo. Una forma de sentirse
cobijado bajo los efectos térmicos de un estrujón cuando siente frío.
Lo peor es sentir el gélido vapor del aliento de quien debería acompañarte en la vida. Estar sólo en compañía. Sin la complicidad que exigiría llevar de la mano a un compañero. Sin la comunicación que hiciese cálida la estancia donde se habita.
Cuando al hogar solamente le quedan las paredes de una casa, las palabras pierden el valor de ser contenido del corazón. Las miradas se rehúyen y la compañía se esfuma aún con la presencia cercana. En ese momento, hay que inventar primaveras. Muchas y llenas de color. Primaveras pequeñitas que nos quepan en los bolsos, que jugueteen con nosotros desde ellos y que nos reclamen la atención para no sentir el frío que se instala en la piel cuando no hay una mano que roce la nuestra.
Inventar primaveras nos eleva a la categoría de magos porque logramos reinventarnos con ellas en cada rayo de sol que soñamos o en cada flor que inventemos. Y si no somos capaces de fantasear con ello, salgamos a pedirlas prestadas. Hay muchas personas que se inventan las suyas y que no tendrán inconveniente en cedernos un pedacito.
Lo peor es sentir el gélido vapor del aliento de quien debería acompañarte en la vida. Estar sólo en compañía. Sin la complicidad que exigiría llevar de la mano a un compañero. Sin la comunicación que hiciese cálida la estancia donde se habita.
Cuando al hogar solamente le quedan las paredes de una casa, las palabras pierden el valor de ser contenido del corazón. Las miradas se rehúyen y la compañía se esfuma aún con la presencia cercana. En ese momento, hay que inventar primaveras. Muchas y llenas de color. Primaveras pequeñitas que nos quepan en los bolsos, que jugueteen con nosotros desde ellos y que nos reclamen la atención para no sentir el frío que se instala en la piel cuando no hay una mano que roce la nuestra.
Inventar primaveras nos eleva a la categoría de magos porque logramos reinventarnos con ellas en cada rayo de sol que soñamos o en cada flor que inventemos. Y si no somos capaces de fantasear con ello, salgamos a pedirlas prestadas. Hay muchas personas que se inventan las suyas y que no tendrán inconveniente en cedernos un pedacito.
A veces no queda otro
camino que la evasión para poder sobrevivir. En otras ocasiones es la propia
evasión lo que nos mata. Hay que saber elegir hasta la huída. También, a veces
, es una cuestión de dejar entrar la suerte en nuestra vida, porque ella juega
un papel fundamental….como dice mi padre…hasta para morir hay que contar con
ella.
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