Todo
pasa factura. La vida misma lo hace. Hay veces que estás facturas están dentro
de nuestras posibilidades. Otras nos permiten holgadamente seguir adelante y en
algunas ocasiones, nos sobrepasan.
Todo
tiene un precio que se desprende del valor que tenga lo que nos sucede en el
instante que lo vivimos. Nada queda sin pagar, tarde o temprano. Es
sorprendente como la vida nos compensa o nos exige el pago. Éste puede
aplazarse, a veces si estamos decididos a efectuar los cambios que la
liquidación exige, otras no podemos con la carga y quedamos empeñados para
siempre.
Ahí,
en ese ámbito de débitos, están todos los que se refieren a las acciones en
contra de otros. A los malos modos, a las zancadillas, a las traiciones y las
formas mezquinas y deshonestas. Para algunas cosas la vida es corta, muy corta
por larga que sea; para otras, demasiado dilatada.
Es
curioso cómo nos demuestra que el que estaba arriba vuelve a la base, que el que está en la ladera puede
escalar deprisa, que quién fue menospreciado llega al valor que le negaron y
que sobre todo, el que debe amor, empatía, solidaridad o compasión pagará
seguro, de una forma u otra. Lo hará. Es una ley inexorable que no puede
evitarse. No se trata de una revancha de la existencia, ni de un castigo caído
del cielo. Consiste en pagar facturas que están pendientes y en la Ley de la compensación
y la proporción simétrica.
Todo
en la naturaleza y en el cosmos tenderá siempre a la armonía y el equilibrio
homeostático. Por mucho que nos empeñemos en caminar por una línea equivocada,
la vida nos devolverá a la nuestra y lo hará a través de lo que tenga a mano
para encaminarnos de nuevo por aquello que fue diseñado por y para nosotros.
No
podemos negarnos a contribuir con pedazos de emoción a lo que debemos al resto.
Es sencillo. Miremos dentro de cada uno y en absoluto silencio, cerremos los
ojos y repasemos el camino hasta donde nos encontramos. Mirémonos de frente.
Repasemos nuestros fantasmas, los muertos dejados atrás y los heridos que
caminan al lado.
Sepamos
al instante qué responsabilidad tuvimos en ello. Ese reconocimiento pagará gran
parte de las facturas debidas porque en él existe un principio de fusión en la
comprensión de lo que nos ha pasado y con quién, que debemos y qué nos deben y
si realmente estamos dispuestos a resarcir nuestra deuda y con eso nos sentimos
sobradamente confortados. En definitiva, cada cual debe pagar las suyas por lo
tanto es ridículo el rencor, la envidia o el resentimiento.
No
vale la pena. Solo podemos y debemos ocuparnos de lo nuestro. Ya es bastante.
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