La
palabra es una forma mágica de expresión. Es capaz de herir sin tocar y de
hacer feliz sin tener que corresponder. Se puede invadir con ellas, atropellar
y menospreciar o se puede engrandecer, valorar y amar.
Es en realidad su uso y abuso lo que
debe preocuparnos. Lo que decimos y cómo lo decimos. Lo que pedimos y cómo lo
pedimos. Hay que saber hablar con inteligencia emocional.
Hay
personas cuya negatividad sale por los poros de su piel, pero sobre todo por
los vocablos de sus palabras. Hay quienes maldicen, insultan o descalifican
continuamente. Otras, que hasta para pedir, en sus rogatorias, lo hacen desde
el “no”…”Que no sufra enfermedades”…en vez de hacer una petición positiva…”que
la salud invada mi vida”…
El
universo no entiende el NO; es una partícula que invita a la no existencia, a
la nada, a lo contrario, a lo imposible. Hemos de reafirmarnos en los aspectos
de apertura en nuestra actitud. Estar dispuestos a que suceda lo bueno y a que
eso mismo nos impulse a conseguirlo.
A
veces sería deseable emplear lo que se denomina “el tiempo fuera”. Se trata de
un momento en el que nos situemos fuera de una circunstancia que se esté
presentando conflictiva. Tomar distancia, ser observador y guardar silencio.
Esto evitará palabras inconvenientes de las que más tarde podemos
arrepentirnos. También nos desviará de pensamientos enconados que solamente
miren en una dirección. Podremos retomar la conversación desde otro ánimo,
desde la empatía de entender al otro o desde la serenidad de comprendernos a
nosotros mismos y ser capaces de redirigirnos, a fin de que las palabras nos salgan
de forma controlada, en vez de hacerlo en forma de peligroso torrente.
En
nuestros labios está la posibilidad de elegir crear un clima de armonía a
nuestro alrededor, de mantenerlo y de proyectarlo. Quizás en este intento haya
más magia de la que pensamos…y se operen milagros que ni siquiera soñamos.
Probar
nos vendrá muy bien, seguro.
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