El ser humano está
preparado para sobrevivir por su instinto de especie animal en un mundo siempre
hostil. Cuando ha logrado separarse de ese vínculo filogenético que lo une a su
progenie de antepasados en medios difíciles, ha perdido su capacidad de
reacción instintiva y lo ha sustituido por una racionalización excesiva que
todo lo computa y lo prevé como resultados finales sin que estos siquiera hayan
sucedido aún.
La anticipación es
una capacidad genial que hemos adquirido a través de nuestra inteligencia
computacional, pero ante lo más importante de la vida que es ser feliz, debe
responder el cerebro límbico, el más primitivo, el que se mueve por amor y
placer.
Todo se reduce al final en eso. Sin amor se muere. Sin
expresar los sentimientos, sin tocar, besar o abrazar…también. Al menos los
niños si no son acariciados no resisten la durísima vida que encuentran cuando
salen del útero materno. A esta enfermedad mortal se denomina “ marasmo”.
Cuando vamos haciéndonos
mayores sustituimos esta necesidad por una vergüenza absurda ante nuestras inconfesables
necesidades de seguir queriendo ser abrazados y queridos. Y pasamos la mayor
parte de la vida adulta diciendo que somos fuertes, es decir aguantando
soledades, desamores y asperezas de los que tenemos al lado pero también
reprimiendo deseos, caricias y mimos que la sociedad tilda de debilidades no
teniendo en cuenta el precio que pagamos por esas carencias. Más abrazos y
menos prozac. Más besos y menso depresión. Más amor y menos desolación en
solitario.
De niños somos
auténticos camicaces. Nos atrevemos con todo. Cabría preguntarnos:…¿Cuándo
pasamos de atrevernos con todo a tener miedo a todo?.
Tenemos que
cambiar actitudes. No podemos pasarnos el día hablando en negativo,
deslizándonos por la queja y dramatizando la estupidez. No podemos pasarnos la
vida sufriendo por el pasado y el futuro dejando de vivir el presente. Mucha
gente ha perdido la capacidad de sonreír. Tenemos que cambiar de forma de ser.
Hay personas que
se levantan cada día sembrando primaveras y otras que se miran al espejo y solo
son felices si se ven sufriendo o buscando algo por lo que sufrir en todas
partes.
Yo elijo sembrar
flores aromáticas a mi paso y dejar un rastro de sonrisas en cada mirada.
Porque solamente se puede dar felicidad a los demás si uno la tiene dentro pero
sobre todo, si no se cesa en trabajar el hábito del optimismo cada día.
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