A veces, nos invade la tristeza.
Incluso sin razones aparentes o con muchas soterradas que afloran de vez en
cuando para recordarnos que no estamos solos, que hay tantos pensamientos
dentro de nosotros que siempre estamos acompañados por nuestros fantasmas, en
nuestras soledades.
Cuando el ánimo quiere acompañar al día
gris que se cierne sobre nuestra cabeza, ésta debe quedar en reposo. Hay que
darle vacaciones al pensamiento y encontrarnos, de vez en cuando, con un
espacio vacío en el que no quepa nada más que la serenidad.
Es difícil acallar la mente. Es casi
imposible no parlotear continuamente con uno mismo. Pero aún lo es más no
agrandar los temores, las incertidumbres o los desasosiegos cuando nos
sorprendemos a nosotros mismos debatiendo con las dudas y las inseguridades de
no creer en nuestro propio poder.
Cuando todo parece haberse quedado sin
luz y ni siquiera encontramos las velas para alumbrar el círculo más íntimo,
entonces es necesario parar. Detenernos sin remedio. Cerrar los ojos y ver la
claridad que falta fuera. Entonces, no hay más remedio que caminar hacia el
centro de uno mismo para rescatar de él lo que pueda salvarnos.
Allí
está esperándonos la esencia de lo que somos, por encima y debajo de los
ropajes que nos adornan, las bellezas que nos asignan o la sabiduría que
poseemos. Más allá de todo eso, estará aquello que constituye el sagrado núcleo
de nuestro ser, lo que nadie puede arrebatarnos, lo que da el sentido a nuestra
presencia en el aquí y el ahora que vivimos.
Hay que aprender a encontrarse. Hay que
saber que lo que somos está siempre y que aunque lo que estemos viviendo no sea
de nuestro agrado, al final los puntos se conectan.
Si pudiésemos tirar unas líneas desde
cualquiera de nuestras vivencias al punto de conexión de nuestra vida, en el
futuro, podríamos observar cómo todo confluye.
Lo
que en principio pareció una desgracia motivó, seguramente, otra vivencia que
se convirtió en un camino fácil para avanzar o por el contrario, un
acontecimiento feliz pudo suponer un momento de inflexión destinado a reventar
las ilusiones del momento en pro de un avance posterior.
Todo
debe encajar sin duda, aunque ahora no lo veamos. Por eso, cuando cierro los
ojos y me encuentro en un angosto camino, pido y pido que la intuición se me
acentúe y me permita adelantar y comprender para qué sirve el sufrimiento que
tengo en aquel instante. Vuelvo a abrirlos en la seguridad de que en algún
momento, más tarde, llegará a mí el mensaje que solicito.
Al
menos, cuando abro la puerta, de nuevo, a la realidad lo hago con esperanza y
sin duda, me encuentro mucho mejor.
El milenario pueblo chino se destaca por la sabiduría con que enfocan cada instante de la vida: todo tiene sentido y todo llega a su punto culminante en algún momento, por eso recomiendan tener paciencia y no precipitar los hechos.
ResponderEliminarEl I Ching es un libro que solo habla de los cambios que se están efectuando a cada instante en la naturaleza de las cosas y en ella nosotros...inmersos protagonistas.
"No se mueve la hoja....." dijo el profeta de Galilea y todavía no comprendemos sus palabras.
Un abrazo cálido desde el otro lado del atlante mar.
...!
El cambio es la esencia de la vida; la vida misma. A cada instante, en cada momento, somos otros. No estamos en el mismo cuerpo ni un solo segundo... " Nunca nos bañaremos dos veces en el agua del mismo río"...
ResponderEliminarLo que debemos rescatar es la capacidad de permanecer alerta en el cambio para no perdernos del todo. Encontrarnos con otro yo que nos espere, con lo mejor que vayamos construyendo y dispuesto a dar forma al alma para que lleve nuestro sello de identidad por siempre.
Un abrazo tierno*