A nadie nos enseñan a vivir. A nadie le
dicen cómo tiene que soportar los
cambios de la vida, la inestabilidad del corazón o el miedo hecho hielo que se
instala en el alma mientras crecemos. Nadie puede hacerlo, porque en realidad nadie
podemos aprender sobre la íntima experiencia de otro.
Sin embargo, pronto se encargan de
enseñarnos que la vida es un valle de lágrimas, que amar duele, que jugar nos
puede hacer daño, que si ríes también llorarás y que si todo te va bien llegará
el momento en el que lamentes el placer.
Hay
como una confabulación invisible en la que todo el mundo está de acuerdo para
darnos una imagen oscura de la aventura de vivir. Poca gente te coge las manos
y se arrima a tu cada con una sonrisa abierta y la mirada limpia y esperanzada
para decirte:
…”Adelante!...tu eres muy valioso, podrás mucho más
de lo que crees, serás capaz de amar y responderás con alegría y esperanza a
los retos de la vida y a lo que ella espera de ti. No te acobardes, sigue
adelante, levántate una y otra vez con la esperanza de aprender en cada subida…y
sobre todo, ejerce el derecho que te asiste, desde que has llegado a esta
Tierra, de ser feliz!”.
Efectivamente, este recorrido es breve aunque la
vida sea larga; es apasionante aunque sea duro; es maravilloso, aunque sea
amargo…porque no hay nada que suceda que no tenga su contrapartida. Nada que no
nos devuelva un contrario. Nada que no nos compense a la larga.
Sabemos
que la existencia es como un boomerang, siempre retorna a nosotros con más de
lo mismo que hayamos lanzado.
Yo no actúo bien por temor. Nunca he entendido en
llamado “ temor de dios”, ni tampoco el concepto de “dios justiciero”, “ni el
del demonio, el infierno o el castigo eterno”.
Los aprendizajes se hacen aquí, se pagan aquí y se
gozan aquí. El bagaje resultante es el equipaje que nos acompaña al otro lado
de la orilla. Un lado que no tiene bordes y que no diferencia los márgenes que
delimitan el espacio ni el tiempo. Un estado diferente en el que nada puede
llevarse a no ser todo lo que hemos ayudado a otros a ser felices mientras
nosotros mismos lo éramos.
Por derecho cósmico, por necesidad terrena, por
coherencia divina y por compromiso humano, la felicidad, nos pertenece.
No hay comentarios:
Publicar un comentario