El concepto de belleza es exclusivamente interior. Curiosamente poco tiene que ver con lo externo y si lo tiene, nunca puede equipararse lo que uno valora con lo que considera el de al lado. Siempre se alude a los ojos que miran como responsables de lo bello. Los cánones que se establecen en cada época para revestir de uniformidad el concepto de belleza pierden sentido cuando la imagen entra en la retina. Se evapora lo normativo, las reglas y las imposiciones estilistas. Porque lo que se hunde en nosotros, a través de los ojos, completa las sensaciones que lo definen cuando la persona habla, mira, gesticula o simplemente sonríe. Entonces, si su forma de brillar, su manera de vibrar y la sintonía de sus notas calan en nosotros de nada sirve la melena rubia o las medidas del pecho y las caderas. Hay algo que se escapa a los estereotipos y que ejerce un soberano despliegue de sensaciones para el que es capaz de entonar la misma melodía.
La belleza se instala en el sutil revestimiento de afectos, de actitudes y voluntades que nos atraen hacia la persona como si de un imán se tratase. Esa calidad humana que nada tiene que ver con el sexo, ni con la imagen, ni con el dinero y ni siquiera con el barómetro de lo mejor o lo excelente. Cada uno vive y goza la belleza según sus cánones internos y de acuerdo a la red en la que esté tejido su espíritu. Por eso, cada cual abraza una idea de beldad, un único concepto que se multiplica irremediablemente tanto como seres existan para observarla, gozarla y vivirla.
Nadie tiene derecho a decirle a otra persona lo que es bello o lo que debe serlo. Nadie puede intervenir en este concepto. Nadie creer que posee lo bello con superioridad a otro. Cada cual busca aquella belleza que le sirve de espejo.
Añado la reflexión de Vargas Llosa al respecto.
Todas las flores del desierto están cerca de la luz. Todas las mujeres
bellas son las que yo he visto, las que andan por la calle con abrigos
largos y minifaldas, las que huelen a limpio y sonríen cuando las
miran. Sin medidas perfectas, sin tacones de vértigo. Las mujeres más
bellas esperan el autobús de mi barrio, o se compran bolsos en tiendas
de saldo. Se pintan los ojos como les gusta y los labios de carmín de
chino.
Las flores del desierto son las mujeres que tienen sonrisas en los
ojos, que te acarician las manos cuando estas triste, que pierden las
llaves al fondo del abrigo, las que cenan pizza en grupos de amigos y
lloran solo con unos pocos, las que se lavan el pelo y lo secan al
viento. Las bellezas reales son las que toman cerveza y no miden
cuantas patatas han comido, las que se sientan en bancos del parque
con bolsas de pipas, las que acarician con ternura a los perros que se
acercan a olerlas. Las preciosas damas de chándal de domingo. Las que
huelen a mora y a caramelos de regaliz.
Las mujeres hermosas no salen en revistas, las ojean en el medico, y
esperan al novio ilusionadas con vestidos de fresas. Y se ríen libres
de los chistes de la tele, y se tragan el fútbol a cambio de un beso.
Las mujeres normales derrochan belleza, no glamour ,desgastan las
sonrisas mirando a los ojos, y cruzan las piernas y arquean la
espalda. Salen en las fotos rodeadas de gente sin retoques, riéndose a
carcajadas, abrazando a los suyos con la felicidad embotellada de los
grandes grupos.
Las mujeres normales son las auténticas bellezas, sin gomas ni
lápices. Las flores del desierto son las que están a tu lado. Las que
te aman y las que amamos. Solo hay que saber mirar mas allá del
tipazo, de los ojazos ,de las piernas torneadas, de los pechos de
vértigo. Efímeros adornos, vestigios del tiempo, enemigo de la forma y
enemigo del alma. Vértigo de divas, y llanto de princesas.
Las verdadera belleza esta en las arrugas de la felicidad...
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