Sabemos que la peor barrera que existe es el miedo. Sin duda, nos paraliza y nos deja a merced de todos los fantasmas que nuestra mente imagina ante lo que provoca tal sentimiento. No podemos evitarlo, muchas veces. Los miedos provienen, en ocasiones, de actitudes que hemos aprendido desde pequeños. De esa sobreprotección que tal vez nos dieron nuestros padres o por lo contrario. Temor al daño que ya hemos experimentado en la jungla de la vida o desconfianza ante los posibles dolores que están por llegar si abrazamos el cambio, aunque lo tengamos no nos guste.
Existen tipos de miedo. Aquellos que nos suceden, tal como, al envejecimiento, la incapacidad, la jubilación, la soledad, pérdida de seguridad económica, abandono de los hijos, enfermedades, guerras, accidentes o catástrofes naturales. Pero hay otros que van ligados a la exigencia de acción: volver a estudiar, cometer errores, hablar en público, perder peso, dejar de fumar, comienzo o final de una relación, cambio de profesión, toma de decisiones etc…
Lo peor del miedo es que tiende a impregnar muchos sectores de nuestra vida y nos afectan en relación a la capacidad de vivir plenamente. Comenzamos por querer protegernos a nosotros mismos y terminamos absolutamente limitados, excluyendo y cerrándonos al mundo que nos rodea. En el fondo de cada uno de nuestros miedos está simplemente el miedo de no poder afrontar lo que nos pueda deparar la vida. Somos capaces de afrontar TODO lo que la vida nos depare. Nos hemos demostrado muchas veces que lo que imaginamos horrible y para lo que nos vemos sin fuerzas cuando lo observamos en otros, si llega el momento, también lo haremos. Por tanto, la falta de confianza en nuestra capacidad de resistir cualquier cosa que nos suceda, es la que engendra el miedo y no la realidad exterior. Es, en cierto modo, buena noticia ya que lo que hay en nosotros también depende solo de nosotros para ser cambiado.
Desde hoy nos repetiremos tanto como necesitemos:
“Suceda lo que suceda, en cualquier situación,
Puedo afrontarlo. “
Al hacerlo así, uno se acerca, cada vez más, a un nivel tan alto de fe en sí mismo que terminará por comprender que puede afrontar cualquier cosa que se interponga en nuestro camino. No olvidemos jamás estas tres palabras:
“Yo puedo afrontarlo”
A lo que añado:…”Y lo haré igual…aunque el miedo me acompañe”.
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