El silencio es la ausencia de ruido, pero no solamente ruido
sonoro externo, sino principalmente ruido interior, parloteo mental o exceso de
actividad.
El ruido lleva a la tensión; el silencio a la calma.
Las personas que necesitan hablar mucho tienen un gran ruido
interior y creen que se acalla con los gritos, las voces externas en las que se
apoya. Pero cuando está sola, esa persona no abandona la actitud de alteración
interna y continua con soliloquios y conversaciones con su ego en tono aún más
incendiario que las palabras que lanza al exterior.
Para alcanzar la
capacidad de observar hay que parar y estar en silencio. Una vez que el
silencio deja espacio a los ojos del alma podemos mirar desde fuera las
situaciones, pero no para quedarnos parados, sino para actuar en consecuencia;
una actuación que no debe desviarnos nunca de nuestra paz, si lo hace estamos
en el camino equivocado. Vuelve a la casilla de inicio y comienza la jugada de
nuevo. El éxito será tuyo y de tu interior en calma.
Se puede comunicar
desde la paz o se puede invadir con la palabra desde la necesidad de contar con
intensidad. Hay que rebajar la emoción. Hacerla más sencilla. Caminar por ella
más despacio y todo volverá a estar en el orden sereno en el que participamos
desde siempre.
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