Las diferencias, a veces dicen mucho y otras muy poco de las
personas. Les damos mucha importancia como elemento de discriminación cuando,
en realidad, a veces, vistas de cerca, unen más que separan.
Lo que nos une ya nos es afín. Lo importante es encontrar el punto
medio de consenso en aquello que nos distancia, en lo que permite ver una
brecha, en lo que comienza como una rendija.
Si supiésemos el valor que tiene saber limar asperezas, suavizar
tonos de voz, ademanes, formas y maneras; si lográsemos parar un momento
delante del otro y comprender, desde la observación sin juicios, sus motivos o
sus patologías, todo sería distinto.
Rebajar la emoción que ponemos en las diferencias nos llevará lejos
en las relaciones porque estaremos dando una oportunidad a las múltiples
posibilidades de que las cosas discurran bien.
Las diferencias son saludables, necesarias y hasta convenientes.
Siempre que hay diferencias se mejoran los resultados. Aumentan la creatividad
para llegar a lugares donde se pueda pisar sin encontrarnos arenas movedizas.
Surgen deseos de consenso que de lograrlo dan una alta satisfacción.
No hay que tener miedo a pensar diferente, ni a desear distinto. Hay
que temer a no querer intentarlo siquiera.
Confía en el poder de la intención. La propia ley penaliza de
acuerdo a la “intención”. Sí queremos podemos tender puentes de diálogo y
acercamiento. Si la traba y el obstáculo es lo único que prima, la ruptura es
el camino más fácil para un difícil trayecto personal: el de la inflexibilidad y
el egocentrismo a ultranza.
Siempre podemos elegir cómo interpretar lo que nos sucede.
Siempre podemos responder en vez de reaccionar.
Siempre podemos quedarnos quietos
en silencio y meditar sobre qué comportamiento es el que nos hace mejores
personas y daña menos a los demás.
Muy interesante, gracias
ResponderEliminarGracias por dejar el comentario y por sintonizar con el contenido.
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