Ayer
oí esta frase: “el miedo es aire vacío detrás de una puerta”…si se abre, nos
invade; si por el contrario permanece cerrada, se desvanece.
Todos
tenemos miedo y en realidad es una protección. Ante un peligro potencial o real.
Lo importante es la medida en el que dejemos entrar ese miedo en nuestra vida.
El
cuánto es la clave. Un poco de miedo puede servirnos para prevenir, para
reconducir, para modelar conductas. Mucho miedo nos paraliza o nos hace huir.
No sabemos a dónde, ni a veces de qué forma, ni las consecuencias de esa huída,
pero salimos sin pensar las consecuencias, solamente queremos evitar el dolor
que imaginamos unido a él.
En
realidad, todos los métodos de meditación, relajación o atención consciente se
dirigen a encontrar una solución para enfrentarnos a nuestros miedos.
Herramientas con las que manejar nuestra actitud ante el desasosiego o la
ansiedad que producen.
Hay
un método difícil de poner en práctica pero bastante efectivo. Se trata de
sentarnos frente a nuestro miedo y visualizar aquello que tanto nos asusta en
su grado máximo.
¿Qué
sucedería si…? Cómo me sentiría… ¿Ocurriría algo definitivamente aterrador…¿Moriría
yo…?... éstas y otras preguntas se harán
presentes, nos acompañarán en el duelo de despedida al miedo que enfrentamos.
Será
duro…al principio, pero iremos rebajando el poder del miedo, caerá su altura y
su espesor. Se desvanecerá cuando nos vea acostumbrados a mirarlo de frente.
Un
miedo amigo te hace fuerte. Amplías el espacio en el que crees que están tus
límites. Dilatas tu resistencia y aumenta tu voluntad.
Lo
mejor de todo, dejas que pase de largo. Que te olvide. Que anide en otra parte.
Y no hay que ser fuertes para vencerlo porque no es una lucha, sino un diálogo
en el que logramos convencerle de su marcha.
Después
nos sentiremos capaces de invitar al siguiente porque sabremos que los
anfitriones somos nosotros y que podemos, por tanto, cerrar la puerta desde
dentro cuando se vaya.
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