Hoy
viniendo por la carretera tuve que atravesar una niebla espesa. Pensaba,
mientras tanto, que eso mismo nos sucede cuando los problemas nos rebasan. No
vemos nada claro. El espesor de las dudas, la incertidumbre, el desasosiego se extiende
en nuestra mente ocupándolo todo.
Es
complejo tomar distancia. Posiblemente, cuando hay niebla se ve incluso menos
así. Hay que meterse en ella para ir viendo el camino. Muy corto, muy pequeño…un
trocito solamente pero suficiente para avanzar.
Lo
peor ante la niebla es el miedo a no ver. Asumir que nos viene encima y nos
devora. Encontrarnos perdidos, como si el rumbo se hubiese esfumado entre el
espesor del vapor frío. En realidad, siempre lo que nos deja bloqueados y sin
capacidad de reacción es el miedo, a lo que sea.
La
luz está siempre dentro. Solamente hay que dejarla salir. Estar seguros de que
seremos capaces de atravesar nieblas, lluvias, truenos y oscuridades. Estamos
con nosotros y eso es como decir que lo llevamos todo encima.
Lo
desconocido nos altera, muchas veces, porque nos acerca a una pérdida de
control sobre lo que transitamos como rutina. Pero siempre hay algo bueno en lo
malo, siempre algo de blanco en lo negro y de frío en el calor. Los extremos se
tocan. Por eso, transitar entre la niebla solamente es una oportunidad para
encender nuestra luz.
Enfrentarnos
a nuestros miedos pequeños es todo un reto; hacerlo con los grandes es una
victoria que nos instala en el poder de ser los responsables del éxito de
nuestra vida. Porque el éxito y el fracaso se resumen en saber transitar la
niebla; en llegar al destino, en tener uno y alcanzarle.
Hoy
he pasado tranquila a través de ella. Hace tiempo, ni siquiera hubiese sacado
el coche del garaje.
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