Estoy
llegando a la conclusión que hasta la calidad depende de la cantidad. Cuando
algo no va bien, depende si lo que acontece es muy, poco o levemente negativo.
Si por el contario es algo realmente significativo, también aquí hace presencia
la cantidad. Es muy relevante, algo o apenas notorio.
Cuando
se trata de apegos, volvemos a recurrir a la cantidad. ¿Cuánta rutina hay en el
hábito adquirido?.¿ A cuánto asciende el empeño empleado?. ¿Cuánta entrega
hemos hecho a cuenta para lograr las dosis de felicidad que nos dopa?.
A
veces, ni la calidad cuenta. Se trata de repeticiones, de ir dejando avanzar el
sentimiento, la angustia, la tristeza o lo contrario. Despacito, lento, pero
seguro. Y se cuelan cantidades ingentes en el alma de la materia que elijamos y
nos hacen pesar tanto que no podemos con ello.
Sería
genial poder dosificar. Abrir la puerta una rendija y controlar lo que pasa a
dentro.
El
amor es un sentimiento tan rápido que cuando logra deslizarse por el borde del
corazón ya está dentro sin remedio.
¿Qué
cantidad admitimos para no ahogarnos, desde la prudencia?¿Podemos poner límites
al sentimiento?¿Hay posibilidad de controlar la emoción? ¿Sería posible poner
un stop cuando vamos cayendo por el tobogán del desconcierto?. Difícil, sin
duda. Necesario para no perecer en ello.
Muchas veces, los mayores dolores proceden de
los afectos. Ni que decir tiene que lo que más nos duele llega siempre de los
más cercanos, de las personas de valor para nosotros. Entonces, la traición, la
mentira o el engaño pueden introducirse en el corazón como un auténtico veneno
que nos destruye la vida. Y si se repite, si la cantidad del veneno aumenta,
nos mata.
Posiblemente,
tengamos que dosificar lo que sentimos como lo hacemos con la sal, el azúcar,
las grasas, los dulces, los panes y todo aquello que nos guste si no queremos
que el goce se convierta en nuestra desgracia.
Hoy
vengo mesurada, como podéis ver. Creo que el no tener límite, nos limita. Que
el dar rienda suelta a nuestras pasiones, nos encapsula. Que enredarnos en lo que nos
encanta, nos engulle.
El “Carpe
díem”…tal vez no tenga toda la razón, porque después de un día…viene otro.
O
no.
Por
si acaso.
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