Hay
gente que nos empeñamos en ayudar. Es como si sintiésemos unas ansias
irrefrenables de “salvar” al otro de la catástrofe y con ello nos sentimos
bien.
Todo
el voluntariado se fundamenta en este deseo, sin duda, y en la gratificación
personal que uno obtiene cuando se está en el proceso de colaboración activa
con el “otro”.
Sin
embargo, no me voy a referir a la solidaria acción del voluntario, sino a la
enconada intención de quien se empeña en “ayudar al otro a que cambie algún
aspecto de su vida” para que mejore lo que, por otra parte, es motivo de su
queja. Pero nos equivocamos.
Nadie
que no quiera ser ayudado puede serlo. A pesar de que la persona esté pasando
un trance difícil, aunque el dolor le atraviese y lo veamos o nos lo diga, si
dentro de sí tiene un muro para recibir, será imposible que lo que le
entreguemos caiga en su interior y de frutos.
He
llegado a la conclusión, por experiencia propia muy cercana, que hay personas
que no se dejan ayudar, ni lo quieren. Prefieren “la queja” vacía. Una especie
de malestar tirado al aire para que caiga en ningún lado.
Les sirve para vaciarse de lo que les molesta
pero no nos indican con ello que quieran algo de nosotros salvo, tal vez, ser
escuchados.
Siempre
recuerdo “El caballero de la armadura oxidada”; no hay alegoría mejor. Quería “salvar
doncellas que no querían ser salvadas”. Su vida era un desastre. La de su
familia también.
Solamente
logró desprenderse de la armadura a través de las lágrimas. Porque en realidad
esa es la auténtica ayuda que viene de uno mismo.
Cuando
uno llora expresa la pena, el dolor, la rabia, la impotencia y todos los
sinsabores por los que pasa. Llorar libera, pero también sana.
Uno
llega al llanto cuando ha elaborado el dolor y le he elevado a la cúspide de su
sufrimiento. Entonces, reconoce mediante esta alarma física que algo le sucede
y a partir de ese momento, se pone en marcha. Su marcha, no la nuestra.
Por
ello, cuando sientas la tentación de aliviar el dolor del otro, primero observa
si realmente quiere que alguien lo recoja. Después, escucha.
A
veces es lo único que podemos hacer.
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