Hay
veces que uno no quiere ver la realidad; otras quiere refugiarse de ella o en
ella. En ocasiones, son las lágrimas las que quieren brotar detrás de sus
cristales y la mayoría, crean un espacio en los ojos y el marco suficiente para
descansar.
Estas gafas me las regaló mi hija.
Así, sin más. Como una herencia recibida de inmediato y por nada.
No
eran mi estilo pero me las puse y me sentí cómoda. Sabía que no iba a
utilizarlas para salir. Comprendí que eran unas gafas especiales cuya misión no
estaba en la calle.
Me
han sucedido muchas cosas desde el día que llegaron a mí. A veces, he llorado
amargamente tras ellas. Otras me las he puesto por inercia, en la noche, nunca
de día y siempre en casa.
Últimamente
me siento bien cuando están sobre mi nariz. Las pongo un ratito todas las
noches. Me llevan a una zona más oscura, me ayudan a entrar en mí.
He
pensado que tal vez esta experiencia que empezó siendo un refugio y ha
terminado por crear un espacio donde descansar, pueda servir a alguien. Como
puerta de entrada hacia uno mismo por envolvernos en un ambiente más cálido y
recogido; un ratito, cada noche, a solas con nosotros mismos.
Aquí
os las dejo. Mis gafas.
Las más especiales que tengo para momentos diferentes.
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