Parece
que es obligado tener regalos en Navidad; pedir algo, concedernos alguna cosa.
Caprichos o necesidades que nunca llegamos a cubrir.
Muchos
no pueden pedir nada porque nadie, ni siquiera ellos, pueden concedérselo.
Otros, solamente les llegará más de lo mismo y… contestos.
El
mundo está muy revuelto. El ser humano lo está.
La
crisis siempre es del individuo aunque se manifieste en colectivos.
Estamos
cayendo en picado de nuevo. Una nueva época de las que se califican como
oscuras en la historia. Y entre todos esos desastres estamos nosotros, en
nuestra pequeña burbuja…pidiendo, buscando regalos, ideando ilusiones para
dibujar sonrisas.
Las
Navidades será aún un tiempo más triste para muchos. Más solitario, más frío,
más desolador; se trata de un momento en el que las desgracias son aún más
protagonistas y en dónde, por unos instantes, salimos de nuestra cómoda vida
para sentir compasión ante ellas.
Lo
que pediría yo en estos momentos no tiene nada que ver con el dinero, ni con el
precio, ni con el comercio.
Debería
haber un mercadillo de sueños, de bondades, de ternuras y anhelos cumplidos
donde los vendedores de milagros, de promesas hechas realidad, de sucesos
increíbles de los que nunca te imaginas que serán tuyos, nos ofrecieran nuestro
paquete al pasar.
Mercaderes
de esperanzas, de sensaciones de gratitud y de deseos cumplidos. Y después, con el corazón lleno de calor caminar
despacio hacia nuestro hogar, que siempre será aquel que nace junto a los que
queremos.
¿Y
tú?¿Qué pides?.
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