Mañana
celebramos una noche especial. No sé si tanto por el sentimiento religioso que
debería envolverla, como por el acercamiento afectivo que llena nuestro corazón
con los que queremos tener cerca.
En
definitiva, todo se resume en amor.
Quién
celebre un nacimiento singular como el de esta fecha está abrazando igualmente
un mensaje de amor; quienes se diluyan en lo cercano y presente, también lo
hacen.
Los
buenos sentimientos que se regalan estos días no deberían tener fecha de
caducidad. Sin embargo, miramos a Enero y nos sentimos diferentes. Es como si
se reanudase la vida normal y ahora estuviésemos en un paréntesis mimético en
el cual todos hacemos y pretendemos sentir lo mismo.
La
Navidad debería ser una actitud que se prolongase en el tiempo. Posiblemente,
sería deseable que hiciésemos espacio en el interior; tanto… que fuese fácil
distanciarnos de los problemas para sobrevolarlos.
Entonces,
todos nuestros miedos, los sentimientos de fracaso, ira, celos y angustia
quedarían listos para ser observador sin juzgar, sin implicarnos, sin empatizar
tcon ellos hasta el punto de llegar a invadirnos y confundirse con nosotros.
En
esa actitud, podríamos practicar la compasión. Por uno mismo y por el que
creemos que nos ofende. Y tal vez así,
dirigirnos amorosamente hacia el dolor para asumirlo como parte de la vida y no
como algo en contra de ella.
Los
que se han ido, los que ya no están con nosotros ponen los puntos a estas
fechas. Puntos suspensivos, punto y aparte o punto y final.
De
todos los modos, ninguno de los puntos de nuestra ortografía son válidos para lo
que sentimos. No hay nada que termine. No hay nada que se corte. La línea de la
existencia del alma es continua.
Ni
la ausencia física puede arrancar del corazón todo lo que llevamos de ellos allí
dentro.
Por
eso, en mi mesa estarán ellos también. Como siempre estuvieron; ahora
convertidos en puro amor.
No
hace falta nada más.
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