Me
he preguntado muchas veces a dónde llevan las mentiras. ¿A la equivocación, a
la falsa imagen, a una realidad distorsionada, a dulcificar lo que después
amarga?...No, o al menos no sólo a eso. Las mentiras llevan rápidamente al
dolor.
No
hay mentiras piadosas. No hay medias tintas. No existe “ lo dije por no hacerte
daño”, “fue por ti”, “en realidad no es así”…
Pudiésemos
pensar que hay un tipo de mentiras dignas, que son las que se refieren a la
salud de un enfermo moribundo, si es que tiene el deseo de ser engañado, o las que se
esconden tras el instante cercano a la comunicación de una desgracia. Antesalas
que pretenden aminorar el sufrimiento final.
Sin embargo, el mentiroso compulsivo comienza
por enredarnos en una red de mentiras banales de esas que parecen no tener
importancia. De ahí, le cuesta muy poco lanzarse a la composición de escenarios
irreales que toma como verdaderos para seguir en el mundo que quiere presentar
a los demás. El siguiente paso es la emisión de mentiras trascendentales que
aún así seguirá disculpando, dentro de sí mismo, como si no lo fuesen.
La
mayor pena es que el que miente se engaña a sí mismo. Un día se encuentra
perdiendo lo importante por dar prioridad a lo accesorio. Se ve envuelto en
enredos que le atrapan, en arenas movedizas que no le dejarán salir jamás.
Desde
pequeños hemos de enseñar la verdad. Lo que nos suceda es lo que es.
¿Qué
sentido tiene querer quedar bien con todo el mundo y ser descubierto por la
mayoría?. ¿Qué se gana con el daño gratuito que se desprende del dolor de
sentirnos engañados?¿merece la pena el circo que se monta el mentiroso para
seguir siendo el payaso de la comedia?.
Me
he encontrado con varias personas que justificaban la mentira como medio de
manejar el mundo laboral. Ellos mismos han caído en la trampa de extender esa
actitud a la propia vida; día a día, a cada instante.
Siento
pena por lo que arrasan a su paso. Por el cuidado inmenso que ponen en cada
palabra y cada acto para no ser descubiertos, por el colosal desgaste que deja
esa forma de ser en su personalidad y sobre todo porque ellos mismos se engañan
cuando creen que engañan.
Hay
un juego silencioso que suele establecerse entre quienes se ven enredados en el
mundo de las mentiras. Se trata de que el otro haga creer al mentiroso que le
cree. A partir de ahí es muy sencillo descubrir la trampa.
No
dejo de sentir una inmensa pena por quién no puede ser de otro modo. El
sufrimiento que generan en los demás, tarde o temprano recaerá sobre ellos
mismos.
Juez
y parte quedan atrapados en la misma persona.
No
hay mentiras light y si las ejercitamos, que seamos conscientes que son la
puerta hacia las grandes mentiras.
Uno
no puede pasar por el mundo sembrando falsedades o, al final, será fagocitado
por ellas.
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