Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


martes, 18 de octubre de 2011

DESAYUNANDO SOBERBIA

Es absolutamente increíble la soberbia con la que se levantan algunas personas. La tienen tan integrada en su conducta que todo se convierte en ego desde la noche a la mañana. Son gente que se cree importante por tener y no por ser. Lo que les rodea les pertenece, se sienten dueños y señores de lo propio y de lo ajeno. Nadie parece tener derecho a la vida que ellos viven por pertenecerles, de forma permanente, el poder y la gloria del mando continuo. Nadie a su alrededor tiene razón apoyados en una verdad que la retienen como única y propia a merced de sus criterios. Nadie es apto para nada a no ser que sean ellos quienes dirijan a los pobres ignorantes cuya misión no es otra que la obediencia. Se convierten en pequeños dioses terrenales a los que hay que venerar de forma continua o tendremos el peligro de ser remitidos al ostracismo. No soportan la inteligencia ni el razonamiento a su lado y a lo que no llegan por la lógica, lo alcanzan por la fuerza. Personas con muy poca tolerancia a la frustración; capaces de llegar a la cólera más enfurecida ante el mínimo desajuste que les cambie de lugar. En el fondo, seres faltos de autoestima verdadera y equilibrio interior. Atormentados con la opinión de los demás, que siempre pretenden de veneración para su persona. Tímidos e impotentes de carácter  que se amedrantan ante quienes se sienten seguros y capaces de hacerles frente sin miedo. El sosiego, la calma y la tolerancia les golpean dolorosamente. No soportan que se les lleven la contraria y renuncian inmediatamente al diálogo en función de la tiranía de la fuerza y la imposición.
Seres que en definitiva dan pena. Una pena profunda y desesperada ante la soledad de su dictadura. Soberbios, soberanos de su orgullo y esclavos de su falta de recursos para alcanzar  una autoestima suficiente que les rescate de su prisión. Instalados en su alcázar  vigilan, incansables desde su torre, la amenaza continua que intuyen en quienes les rodean. Siempre alerta, siempre dispuestos para la lucha y siempre cadáveres de su estrategia.
Lástima que no sean capaces de ver la vida y a sus hermosas criaturas  tras su armadura oxidada, imposible de quitar.

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