…Y naciste y todo cambió. Así. De repente. Eras una posibilidad inmensa de amor, de compañía para tu hermano, de proyección para tus abuelos, de remanso de paz para tu padre y de esperanza para mí.
Y nada fue como pensé. Nada como todos creíamos que serías. No podías serlo porque habías llegado para poner un punto de inflexión, una rotura en la línea recta y un peldaño más para avanzar en la escalera de la vida.
Y llegaste silenciosa y tímida, pero decidida y calladamente impetuosa. Desde tus adentros de niña gritabas sin voz cómo serías más tarde.
Vigorosa, energética, briosa, lozana, firme, indómita, inconformista, juiciosa, sensata, benévola, indulgente, magnánima, compasiva, luminosa…y muchos más atributos que abanderas en cada acción para hacerte presente en el mundo.
Y hubo momentos en los que no te entendí, ni tú a mí tampoco. Y tiempos en los que aún cerca estábamos lejos, pero nunca lo suficiente para dejar de amarnos.
Siempre pensé que serías yo misma en otro tiempo, pero me enseñaste que cada uno somos únicos y que lo tiempos no los construye el reloj que marca las horas, sino el destino propio que viene con nosotros en nuestra hoja de ruta.
Y así comencé a quererte de otra forma. Más libre y menos invasiva. También, en este esfuerzo enorme de mi alma por no pegarme a la tuya, fuiste regalándome más ternura, más comprensión y más expresiones de afecto. Fuiste acercándote a mis raíces, por eso, cada año que se suma a tu vida te pareces más a ella. Ese es un gran regalo que seguro, desde su reino de nubes, me ha concedido después de tantas lágrimas.
Hoy deseo más que nada que seas siempre muy feliz y que goces de esta vida única que nos acoge a las dos y nos repite, en su eco infinito de estrellas, que nuestro corazón siempre estará unido.
Te quiero niña.
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