Hace
muy poco tiempo, alguien me dijo estas palabras: “No tengas miedo”.
Me quedé pensando en su contenido, en el
sonido de su expresión oral y en esa fuerza que conlleva que otra persona te
lance hacia la valentía.
Sin
duda, hay que rebajar las dudas y sobre todo las anticipaciones. A veces,
tenemos mucho miedo por algo que suponemos que pasará. Por aquello que incluso
podríamos asegurar que, sin ninguna duda, ocurrirá sin remedio.
La
vida, muchas veces nos demuestra lo contrario. Nada de lo que tememos, cuando tememos
mucho, sucede igual a lo que hemos imaginado. Nos sorprende con porciones muy
rebajadas de aquello que nos daba pánico e incluso, nos anima gratamente con lo
que ni se parece siquiera a lo temido.
Posiblemente
hay que instalarse en un estado de cierta serenidad y espera. En un una
dimensión de apertura y a la vez impermeabilidad. A un estar dispuesto a
aceptar lo que venga y a no poner a preguntarnos los por qué de lo que
consideramos nuestras desgracias.
Cuestionarnos,
de forma lógica, los sinsabores a los que nos somete la vida es entrar en un
laberinto sin salida. Un deambular por la tristeza, la angustia y el desasosiego.
Un entrar y salir en un terreno de arenas movedizas del que nunca saldremos bien
parados.
Hay
veces que no podemos hacer nada. Solamente dejar que el tiempo pase. Es nuestro
único aliado.
La
serenidad llegará poco a poco si dejas que tu corazón se deslice sobre ella.
No
hagas nada.
Solo
espera.
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